REFLEXIÓN DOMINICAL

Me parece importante recordar que la Iglesia Católica en su Liturgia sigue celebrando el tiempo Pascual, es decir, la Resurrección del Señor Jesucristo, el tiempo más importante del todo el año litúrgico. Hoy celebra el cuarto domingo de Pascua.

En la lecturas bíblicas que hoy se proclaman, en el libro de los Hechos de los apóstoles, 13, 14. 43 – 52, explica la historia de los orígenes de la Iglesia: la aventura fascinante de la propagación del Evangelio en tierras paganas, lejos de la tierra de Israel. En el pasaje que hoy se proclama se encuentra descrito un episodio del primer viaje misionero: Pablo y Bernabé han partido de Antioquia de Siria, han pasado por la isla de Chipre, y han continuado hasta Perge, en la región de los Gálatas. El trabajo de la proclamación del Evangelio empieza en la sinagoga, el lugar de reunión de la comunidad judía. El primer sábado los predicadores cristianos son acogidos, pero el sábado siguiente el anuncio de Pablo es acogido sólo por un pequeño grupo de gente mientras que la mayoría lo rechaza. Este escenario se irá repitiendo en los diversos episodios de la misión paulina en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

En el texto del libro del Apocalipsis, 7, 9. 14 – 17, el Pueblo de Dios es una multitud casi inimaginable, como lo eran los hijos que Dios le prometió a Abraham y a Sara; vienen de todas partes y hablan todas las lenguas. Todo es gentío incalculable, sin embargo va vestido de la misma manera: túnica blanca y palmas de victoria en las manos. Todos pueden dar culto día y noche dentro del santuario de Dios; todos han pasado por la “gran tribulación”.

La sangre de Jesús es tan poderosa que puede purificar a las personas hasta el extremo de ser dignas de vivir por siempre ante Dios: ésta es una bendición inaudita. La salvación que han obtenido les ha dado esta especial relación con Dios.

En el texto del Evangelio, Jn 10, 27 – 30, habla de que el conocimiento del Mesías pide reorientación del conocimiento e implica una conversión radical: el paso de un rebaño a otro, hecho este que

comporta la certeza de la protección y la seguridad “no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano”. Los creyentes son “mis ovejas” y no podrán ser separadas del cuidado del Pastor. Esta protección, sin embargo, comporta un precio muy alto: la vida del Pastor es la que da la vida a las ovejas.

Se puede orar con palabras del Salmo 99: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quien nos hizo y somos suyos su pueblo y su rebaño”.

Que la fe en Cristo Resucitado le fortalezca siempre.