REFLEXION DOMINICAL

Dice la Biblia: “Tú, por tu parte, pertenece fiel a lo que aprendiste y aceptaste, sabiendo de quienes lo has aprendido, y que desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, que te enseñarán el camino de la salvación por medio de la fe en Jesucristo. Toda Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para corregir, para educar en la rectitud, a fin de que el hombre de Dios esté preparado para hacer el bien” (2 carta a Timoteo 3, 14 – 17)

Es por eso que los creyentes que participan cada domingo de la Misa deben abrir su corazón a la Palabra de Dios escrita en la Biblia que se proclama en ella; y esa Palabra debe ayudar para el crecimiento en la fe y en la vida cotidiana de cada persona.

Por eso el texto Evangélico de este domingo, Lc 6, 39 – 45, presenta a Jesucristo utilizando figuras de la vida cotidiana, muy sencillas, pero con una profundidad maravillosa.

Como dice Jesús, un ciego no puede guiar a otro ciego, porque ambos caerían en un hoyo. Por eso se tiene que aprender a ser humildes y aprender del único Maestro quien ilumina la vida de las personas para que caminen por una senda segura.

Los que pretenden ser discípulos de Jesús tienen que ser muy observadores, y estar muy conscientes de las realidades que rodean su vida, para tener elementos que permitan tomar buenas decisiones en la vida.

Esto quiere decir que los creyentes deben evitar que las apariencias les engañen, y aprender de Dios, quien no se fija en lo exterior. Él mira los corazones.

Si se quiere ser buena persona, se tiene que decir y hacer cosas buenas, pero no siguiendo los propios criterios, los criterios del mundo, sino los que da el Señor Jesús. “No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos”

El creyente, el que quiere ser verdadero discípulo de Jesús no debe dejarse guiar por falsos maestros, que están ciegos, porque se corre el riesgo de caer en un agujero junto con ellos.

Se puede orar con palabras del Salmo 91: “¡Qué bueno es darte gracias, Dios altísimo, y celebrar tu nombre, pregonando tu amor cada mañana y tu fidelidad, todas las noches!”

Que el buen Padre Dios les llene de su amor y permanezca siempre con ustedes.