REFLEXIÓN DOMINICAL

La tradición evangélica es unánime y explícita. Jesús ha dicho que “nadie sabe el día y la hora de ese acontecimiento, ni siquiera los ángeles del cielo, y ni siquiera el Hijo, sino solamente el Padre”. Por lo que de ninguna manera es posible, en base al Evangelio especular acerca de la fecha del fin del mundo; así como tampoco hacer descripciones sobre cómo sucederá. A nadie se lo ha revelado secretamente. Jesús ha anunciado la ruina de Jerusalén, como lo dice el Evangelio. Cuando esto sucedió fue algo terrible: como si el final del “mundo hebreo” evocara el final del mundo. La ciudad santa ya había sufrido otras destrucciones y saqueos. Pero la del año setenta fue la peor.

Como muchas otras parábolas, esta parábola Mt 25, 1 – 13, también se basa en un hecho de una situación de la vida ordinaria de todos los pueblos antiguos. Se trata de una costumbre ligada a la celebración del matrimonio. Algunas “damas de honor” – las diez vírgenes – se dirigieron a la casa de la novia y esperaban con ella que el esposo viniera a recogerla para conducirla a su propia casa. Se acostumbraba ir en cortejo hasta la sala de la boda. Pero sucede que, por exigencias de la enseñanza, son introducidos en la narración algunos aspectos particulares un poco insólitos: la tardanza del esposo que se hace esperar en el “corazón de la noche”; las cinco vírgenes que se quedan sin aceite para sus lámparas y que piensan encontrar en aquello hora un negocio abierto donde puedan comprarlo.

La venida del Señor se hará esperar; es impredecible, llegará de improviso. En aquel momento todo estará perdido para quienes sean sorprendidos y no estén preparados, y los otros no podrán hace nada por ello. Los que no tomaron las debidas precauciones encontrarán cerradas las puertas donde se celebran las bodas del Hijo del hombre. Ahora se entiende por qué y en qué sentido las cinco vírgenes que no habían llevado con ellas el aceite de reserva son llamadas “necias”.

Ellas han dado prueba de esa insensatez, de esa falta total de sabiduría que caracteriza a aquellos que no tienen en cuenta a Dios.

Se puede orar con palabras del Salmo 62: “Señor, mi alma tiene sed de ti. Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua”.

Que la bendición, el amor y la paz del buen padre Dios permanezca con todos ustedes.