Hay instituciones que se quedan quietas esperando que la realidad se acomode… y hay otras que entienden que el futuro se alcanza solo dando pasos largos. La Universidad Autónoma de Tamaulipas pertenece, sin duda, a esta segunda categoría, y ese movimiento tiene un responsable claro: Dámaso Anaya.
Este 2025, la UAT hizo algo más que registrar un número histórico: 47 mil estudiantes. Lo que logró fue romper la vieja idea de que la universidad pública debe limitar su crecimiento para no “complicarse”.
Con nuevas carreras, más preparatorias y una expansión firme de sus programas virtuales, la institución decidió extender su alcance hacia todos los rincones del estado, sin dejar a nadie fuera del mapa educativo.
El Bachillerato Virtual es quizá el ejemplo más contundente de esta transformación.
Más de mil jóvenes de distintos municipios de Tamaulipas, de otros estados e incluso de Estados Unidos están estudiando bajo un mismo modelo educativo. El mensaje es claro: la distancia ya no es excusa; la educación se mueve con el estudiante, no al revés.
A esa dinámica se suma la apertura de doce nuevas licenciaturas —más dos que llegarán en enero—, que actualizan la oferta académica según lo que exige el entorno productivo, ya no según lo que dictan las inercias administrativas.
Aquí la UAT entendió que no basta con responder al mercado laboral: hay que anticiparlo.
Y quizá uno de los movimientos más significativos, aunque menos mediáticos, es la reactivación de las Unidades Regionales de Transferencia del Conocimiento (URTC) en municipios como González, Jiménez, San Fernando y Tula.
¿Qué significan? Son espacios creados para llevar educación, capacitación y proyectos de innovación a zonas que históricamente han estado lejos de los grandes campus.
En otras palabras, son la UAT desplegada en territorio, no como concepto, sino como presencia real. Si antes el conocimiento estaba centralizado, hoy recorre la geografía tamaulipeca con un propósito social evidente.
Pero mientras la UAT crece en cobertura, también crece en profundidad. El Plan de Cultura de Paz 2026, construido a partir de talleres donde estudiantes, docentes y personal administrativo expresaron sus experiencias y expectativas, marca un cambio interno de enorme valor.
Se trata de una universidad que ya no solo enseña: escucha, dialoga y corrige rumbo.
Este plan articula cuatro ejes —prevención de violencias, igualdad, derechos humanos y cultura de paz con impacto social— que buscan transformar la vida universitaria desde debajo de la alfombra hasta el último salón.
No es un manual aspiracional: es la hoja de ruta para garantizar que la UAT sea un espacio seguro, incluyente y consciente de su papel en una sociedad marcada por conflictos que requieren algo más que discursos.
Todo esto sucede bajo una rectoría que no se limita a administrar bien, sino que arriesga en la dirección correcta.
Dámaso Anaya ha logrado que la UAT deje de ser solo una institución académica para convertirse en un agente que incide directamente en la construcción del futuro de Tamaulipas.
La UAT llega al 2026 con más estudiantes, más programas, más territorio y más escucha.
Y en tiempos donde tantos se conforman con permanecer, la UAT apuesta por crecer y transformar.
Pues eso.
