Violencia íntima

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No pude empezar a ver el segundo capítulo del thriller "erótico" de moda en una plataforma digital. Inicia esta serie con escenas machistas y violentas en las que describen parafilias, o más bien, perversiones: prácticas excitantes, pero humillantes para las mujeres.

La escena que me llevó a parar la transmisión enfocaba a una mujer desnuda con los brazos y piernas abiertas atados sobre una equis vertical de madera.

Después de mostrar el recorrido a un club donde parece que nadie se conoce, en el que se protege el anonimato con uso de máscaras o disfraces, un hombre con antifaz toma un tablón y comienza a golpear repetidamente hacia arriba entre las piernas de la mujer amarrada, directamente hacia sus genitales.

No quise continuar de observadora, consciente de que muchos hombres creen que esas conductas pueden excitar a las mujeres. Tal vez alguna persona usuaria de drogas o carente de salud mental puede vivir el placer asociado a tal violencia, pero habrá tipos perversos que sometan de esa forma a quienes se les antoje.

Puedo imaginar a las mujeres que enfrentarían a sus parejas excitadas por ese tipo de escenas. No exagero ni alucino. El sometimiento femenino en la alcoba sigue vigente y los materiales pornográficos son algunos de los factores que inciden en las relaciones de poder detrás de esa violencia.

Es frecuente que una mujer pida ayuda y su pareja trate de descalificar su renuencia a participar en sus iniciativas inspiradas en el porno, refiriéndose a ella como mojigata, educada como monja o traumada probablemente por una violación de niña.

Los chavos de antes conseguían las revistas Playboy en escondites de sus padres, se las robaban y las compartían con sus amigos. Si tenían mucha libido, cuando contraían matrimonio optaban por una doble moral: el desahogo ordinario con la esposa, el instinto animal con la "puta".

Los sacerdotes lo sabían y como vacuna aconsejaban a los jóvenes evitar el ocio, abstenerse de malos pensamientos y de la masturbación. Sabían que una vez que se experimentan los placeres carnales por la vía del porno no había vuelta atrás. La única salida, y no siempre es perdurable, es el enamoramiento y el amor.

¿Se han preguntado por qué el auge de prostíbulos, negocios de escorts, el regreso de la esclavitud sexual y la trata si existe la libertad para tener relaciones con cualquier amiga, novia, esposa o amante?

Porque la pornografía ha condicionado la mente de los hombres y les ha enseñado a excitarse a través de la violencia. Someter es la consigna. En esta apuesta, quieran o no las mujeres siguen siendo objeto de compraventa.

A las "putas" o a quienes compitan con ellas, se les pide cualquier cosa. El hombre que aprende con éstas, intenta replicar lo aprendido con otras mujeres ya que en ese condicionamiento, el sometimiento se convierte en un placer agregado. Desde la difusión del porno digital, la hipoxifilia o asfixia durante el acto sexual es cada vez más frecuente en las series y en la vida real.

Y qué decir de la salofilia, la práctica sexual en la que se incorporan desechos corporales salinos como la saliva o el semen que promueve la pornografía.

Erick Hickey, profesor de psicología forense de la Universidad de Walden en Minnesota, Estados Unidos, dijo recientemente en un foro: "en general, los agentes de la ley no estudian muy de cerca la parafilia criminal, a pesar de ser clave especialmente en los casos de crímenes sexuales".

Según datos del Inegi, en el 2000 fueron asesinados 9 mil 442 hombres y mil 284 mujeres. En el 2018, el homicidio contra ellos aumentó a 32 mil 141 víctimas, y la violencia contra ellas se elevó a 3 mil 663 mujeres.

¿Por qué enfocar la violencia en las mujeres si es menor que la masculina?

Porque existe un agravante en los feminicidios: a ellas las matan sus parejas o los hombres que las violan.

La pregunta es qué alimenta esta violencia. Los usuarios de las redes sociales son clientes frecuentes de la pornografía en pro de la libre excitación, sin la menor consciencia sobre el fomento de la normalización de la violencia íntima. No sólo son parafilias, sino la eterna cosificación de la mujer.