Vida en modo crisis

Con todo y que desde finales de diciembre sabíamos del brote de Covid-19 en China, ha sido imposible predecir el efecto que está teniendo en los sistemas de salud y en las economías de los países.

Es casi un cliché decir que las crisis y pandemias ya forman parte de nuestro estilo de vida, pero lo cierto es que la mayoría de las organizaciones e instituciones no han sido diseñadas para lidiar con una crisis, según Ian Mitroff y Christine Pearson, expertos en crisis.

Para Mitroff y Pearson una crisis es un estado temporal en el que se trastoca el orden. El individuo, el sistema, no puede tomar decisiones de la manera acostumbrada. Implica decisiones de vida o muerte, sensaciones de peligro, miedo, incertidumbre.

Una crisis circunstancial como ésta que vivimos es repentina, inesperada, urgente, masiva y representa un peligro.

La gran mayoría de las personas no sabemos qué hacer en una crisis. La primera reacción es de inmovilización, de incredulidad. Algunos pasan a la histeria, otros a la indiferencia o el pensamiento mágico: "los mexicanos somos inmunes", "la Virgencita nos protegerá", "detente, enemigo", y los menos, directamente a manejar la crisis.

Mitroff y Pearson sostienen que las crisis tienen cinco fases: detección de señales, preparación y prevención, contención de daños, vuelta a la normalidad y el aprendizaje.

La primera fase ya la pasamos. Estuvo marcada por la aparición de los primeros brotes en China, sin que fuera aparente que se trataba de un virus que se expandía rápidamente.

Es pertinente recordar al valiente Dr. Li Wenliang, que se dio cuenta de la situación y alertó a sus colegas con tiempo para hacer algo.

Desafortunadamente, en los Gobiernos e instituciones muy inflexibles, burocráticas y autoritarias -como en China- no existe la confianza para señalar lo que está mal o es inusual y no se tomaron las medidas que pudieron haber impedido la rápida difusión del virus o permitir que otros países pudieran aplicar mejores acciones de prevención. Al final, la crisis termina rebasándolos de todos modos.

Por eso ha sido casi imposible frenar al Covid-19. Los filtros en los aeropuertos no son del todo confiables porque el criterio para dejar ingresar a las personas se ha basado vagamente en el lugar de inicio del viaje y la temperatura corporal tomada casi a la ligera. Eso sin contar que hay casos asintomáticos, en los que de nada sirve este último procedimiento.

Existe una disparidad entre los controles de ingreso y de salida a un lugar, siendo los últimos mucho más laxos en comparación con los primeros, y se corre el riesgo de dispersar el virus a otros lugares.

Sin embargo, para algunas personas estos filtros son suficientes. El Gobierno federal se hace presente de una manera tangible con estas barreras cumpliendo su función de protegernos de peligros externos, que esta vez llegan como un virus microscópico y letal.

Luego vienen las medidas de contingencia, en las que en nuestro País tomaron la delantera la sociedad civil y el sector privado: la cancelación de clases presenciales, cierres de comercios y restaurantes, el confinamiento voluntario.

También está el otro extremo: quien rechaza la necesidad de los filtros y la contingencia, como hemos visto con un Presidente que niega la realidad que tiene enfrente porque le obliga a cambiar sus planes y su forma de gobernar.

El mensaje cruzado confunde más a la gente y podría ocasionar un fracaso de las medidas, así como un número elevado de contagios y muertes.

El aislamiento nos muestra la enorme brecha económica entre las clases mexicanas. Para quienes su sustento depende de ingresos diarios, encerrarse en casa no es una opción. Y es que esta crisis también pone a prueba las ideologías y enseña quién sí aprendió de crisis anteriores.

Canadá y Francia anunciaron subsidios, recortes y congelación de rentas o impuestos para ayudar directamente a sus ciudadanos, aprendiendo de la crisis financiera del 2008 cuando las respuestas institucionales privilegiaron a los bancos en vez de a los ahorradores. México todavía va atrás en este sentido.

Al inicio de toda crisis, como en una guerra, el resultado final es difícil de predecir, por eso toda precaución es poca.

No sabemos cuándo terminará esta crisis, ni en qué condiciones estará cada uno de nosotros para entonces, pero sería iluso pensar que volveremos a la normalidad de antes.

Depende de nosotros aprender de lo bueno y lo malo que pase en estos días, para saber sortear una crisis como ésta en el futuro.