UTOPÍA DESGASTADA

Sexagenaria y con el dinamismo y el entusiasmo de sus briosos años juveniles desgastados por el paso del tiempo, por décadas de embargo impuesto por los Estados Unidos, por fallos de planificación estratégica y erráticas políticas gubernamentales, la Revolución Cubana vive en estos días uno de los momentos más críticos de su historia al enfrentar extensas protestas sociales.

Miles de cubanos de todas las edades, pero con una mayoría de jóvenes al frente de las movilizaciones, han salido a las calles de La Habana y de diversas poblaciones animados por las imágenes de las manifestaciones que propagaron las redes sociales, como Facebook Life, al grito de las consignas "¡Libertad!" y "Patria o Vida", en abierta alusión a la histórica consigna revolucionaria de "Patria o Muerte".

No hay una causa única para explicar el origen de las protestas. Sus raíces son múltiples, y aunque destaca un trasfondo económico, también sale a relucir la demanda política por más libertades políticas.

En Cuba, como en todos los regímenes comunistas, desde la malograda ex Unión Soviética hasta China y Corea del Norte, la vida política gira en torno al pensamiento único, liderazgos autoritarios y la presencia de una sola fuerza política que se presume representativa de los intereses del conjunto de la sociedad.

Desde 1959, cuando la lucha armada que encabezaron Fidel Castro y sus barbudos derrocó al régimen del dictador Fulgencio Batista, las generaciones de cubanos que han vivido bajo el manto de la Revolución solo han conocido y votado por un partido: el Partido Comunista de Cuba, de cuyas filas han salido los cuadros políticos y los dirigentes que han conducido los destinos de esa nación.

La palabra "¡Libertad!" que se ha escuchado en las marchas callejeras es un reclamo por la apertura de espacios políticos que permitan una participación plural. Los viejos tiempos de "Una sola clase: la clase obrera. Una sola ideología: el marxismo-leninismo. Un solo partido: el Partido Comunista. Un solo anhelo: la paz mundial" que leí en un enorme anuncio panorámico colocado, paradójicamente, en la entrada del centro nocturno Tropicana en los lejanos años 70 han pasado a la historia.

La sociedad cubana de hoy, que ha perdido el miedo de salir a la calle para exigir más libertades y derechos, clama por libertades políticas propias de la vida democrática y rechaza ser encasillada en la camisa de fuerza del pensamiento único.

La otra cara de las manifestaciones populares es el problema económico. El racionamiento de productos básicos y las largas filas para comprarlos, la pérdida del poder adquisitivo del peso cubano luego de las medidas financieras y monetarias oficiales que eliminaron este año el peso convertible -equivalente a un dólar- y unificaron de las tasas de cambio, un salario mínimo de 87 dólares mensuales, la caída de los ingreso turísticos debido a la pandemia y las limitadas acciones de vacunación contra el Covid-19 han sido detonantes del descontento social.

La Revolución Cubana marcó un hito en las relaciones entre los países de América Latina y los Estados Unidos: se estaba a favor o se estaba en contra de ese proceso de cambio. También impactó en el sistema internacional bajo la encendida época de la Guerra Fría: en 1962 estuvo a punto de estallar la temida confrontación nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a raíz de la Crisis de los Misiles en la isla.

En torno a Cuba y su revolución se escribió una abundante narrativa que ensalzó la épica heroica de ese proceso: la figura del Che Guevara, la resistencia de una diminuta isla y su pueblo frente al acoso imperial de los Estados Unidos, la frustrada invasión de Bahía de Cochinos, el costo del bloqueo económico y la alineación con el bloque comunista lidereado por la URSS.

Esa épica también limitó la capacidad para ver objetivamente los errores, limitaciones y distorsiones del proceso revolucionario. La suma de esos factores son los que hoy ponen contra las cuerdas a la que fuera la gran utopía latinoamericana del Siglo 20.