PODER Y ODIO 

 

Comentamos el viernes pasado varias de las acciones que realizó Trump para intentar una rebelión que impidiera a Joe Biden convertirse en presidente de Estados Unidos. Algunas de ellas son suficientemente graves como para fundamentar la aplicación de la Enmienda 25 (considerarlo incapaz de ejercer el cargo) o de plano desaforarlo. Sin embargo, hay muchas personas inteligentes que han estudiado el tema y creen que no debe buscarse ese camino, sino dejar de lado a Trump y continuar hacia delante.

Varios de ellos dijeron lo mismo cuando se llevó a cabo el primer intento de desafuero. Su argumento era que no lograrían quitarlo de la presidencia, y lo convertirían en víctima y seguro triunfador de la elección. Es posible que tuviesen razón, y fue sólo la llegada del Covid lo que lo impidió. Ahora reiteran su posición. Coinciden, en esencia, con la discusión acerca de si las plataformas de redes sociales (Twitter, Facebook, etcétera) tienen o no derecho a cancelar la cuenta de Trump.

Creo que es un tema de la mayor importancia. Mi posición es que hay que cancelar sus cuentas, y hay que procesarlo por todos los medios disponibles. Me explico.

El tema de la libertad de expresión es sumamente complicado. Si se lleva al extremo, se produce entonces lo que llaman 'paradoja de la tolerancia': permitir libre expresión de todo implica dar espacio a quienes buscan terminar con la tolerancia, y al final se llega al autoritarismo. Algunos dicen que no importa, que es parte de la libertad, y que debe correrse el riesgo. Esa apuesta costó millones de muertes en la Segunda Guerra Mundial. La líder del país con mayor responsabilidad en esa tragedia, Angela Merkel, es muy clara: no puede haber tolerancia al discurso de odio. Y éste consiste en considerar a ciertas personas diferentes, inferiores, sea por color de piel, religión, preferencias o lo que sea.

Puesto más claro: si queremos considerar a todas las personas como esencialmente iguales, entonces debemos impedir que algunas de ellas hablen o actúen en contra de esa decisión. Es posible debatir acerca de la igualdad o equidad en muchos temas, desde educación a riqueza, de pago de impuestos a desempeño deportivo. Pero no es aceptable discutir la igualdad en dignidad de todos los seres humanos.

Ahora bien, no actuar con todas las herramientas legales posibles en contra de una persona que busca destruir la democracia, el imperio de la ley, el libre mercado, es una desidia imperdonable. Nuevamente, habrá quien afirme que eso le dará carácter de víctima al personaje, y con ello posibilidades políticas de corto plazo. En opinión de esta columna, eso no importa. Nuevamente, la historia lo deja claro: los intentos de pacificar al autoritario terminan en tragedia, siempre. Fue el error en Alemania hace 90 años, en Cuba hace 65, en Venezuela hace 30, y en México hace 15: el desafuero de López Obrador debió terminar con su castigo por desacatar a la Suprema Corte. No se hizo; hoy la subordina y mangonea. Explíquenme qué ganaron.

Pero estos temas son muy complicados, ya que no existe una definición absoluta de sus fronteras. Muchos académicos, que creen que no se juegan nada, se imaginan que es posible la libertad de expresión absoluta; otros, que creen que la política termina en sí misma, exigen olvidar para avanzar.

Esta columna cree que la mejor solución que hemos encontrado para vivir en sociedad consiste en creer en la igualdad esencial de la dignidad humana, el imperio de la ley, y la libertad para elegir gobernantes y satisfactores. Por ello, el discurso de odio es inaceptable, y los abusos de poder deben ser castigados.