LLUVIA DE TARJETAS

"El objetivo principal del gobierno es acabar con la pobreza".

Andrés Manuel López Obrador

No sorprende que Adrián de la Garza, candidato del PRI en Nuevo León, esté ofreciendo tarjetas rosas para entregar nuevos subsidios a las mujeres de la entidad en caso de ganar la elección.

Tampoco que Carlos Lomelí, candidato de Morena para la Alcaldía de Guadalajara, prometa tarjetas de descuento a las mujeres tapatías. Ni que Clara Luz Flores, abanderada de Morena en Nuevo León, ofrezca una Tarjeta Nuevo León para apoyar a las mujeres pobres de su Estado.

No asombra que Francisco Pelayo, candidato del PAN en Baja California Sur, prometa tarjetas, ni que Evelyn Parra de Morena, candidata en la Alcaldía de Venustiano Carranza, regale tarjetas para comprar desde pizzas hasta regalos de Sanborns.

Ahí está también el caso del candidato Ricardo Gallardo de la coalición Juntos Haremos Historia, formada por el Partido Verde y el Partido del Trabajo, en San Luis Potosí, que está entregando una tarjeta llamada La Cumplidora.

Víctor Hugo Romo, candidato de Morena en Miguel Hidalgo, a su vez ha prometido la Tarjeta Violeta a 170 mil mujeres.

Las tarjetas, como bien lo entendió Alfredo del Mazo en su campaña de 2017 en el Estado de México, son una forma concreta de mandar el mensaje de que un político regalará algo a los electores.

No en balde los programas de dádivas del propio Gobierno de Andrés Manuel López Obrador se reparten a través de la Tarjeta para el Bienestar. Es una manera fácil de comprar lealtades entre los electores.

El INE declaró que las tarjetas rosas de Del Mazo violaban la ley, pero el Tribunal Electoral las declaró legales. Sin embargo, aunque los políticos están comprando lo que más quieren, votos que les permiten llegar al poder o mantenerse en él, no está claro que esta lluvia de tarjetas y programas sociales sea realmente la forma de acabar con la pobreza.

Las dádivas gubernamentales pueden ser una red de seguridad que impida que los grupos más pobres caigan en el hambre y la marginación. No son, sin embargo, un instrumento para disminuir la pobreza o generar prosperidad. Todo lo contrario. Los programas sociales generan dependencia y prolongan la pobreza. Son como un antibiótico: tiene sentido aplicarlos por un tiempo cuando hay una enfermedad, pero no mantenerlos de forma indefinida.

Para acabar con la pobreza se requieren medicinas muy distintas. El camino es generar inversiones rentables y crear empleos productivos. Pero los políticos no muestran el mismo entusiasmo que por repartir dádivas a través de tarjetas. De hecho, parecen más bien estar haciendo todo lo posible por impedir la inversión y la creación de empleos.

Roger González, presidente de la Comisión de Energía del Consejo Coordinador Empresarial, afirmó este 11 de mayo que simplemente la incertidumbre generada en el sector energético por las nuevas políticas gubernamentales mantiene detenidas inversiones en 128 proyectos con un valor de 35 mil millones de dólares. Una parálisis así sería suficiente para hacer reflexionar a cualquier Gobierno realmente interesado en acabar con la pobreza.

Los políticos mexicanos, sin embargo, no quieren acabar con la pobreza. Al contrario, les conviene que haya más pobres, para que sea más barato comprarles el voto con tarjetas y dádivas. Por eso los candidatos compiten con intensidad para ofrecer más programas sociales. Ninguno hace propuestas para generar más inversión y empleos, que es lo único que realmente puede acabar con la pobreza.