1.- Actualizar posgrados es leer el futuro, no el presente.
El anuncio del rector Dámaso Anaya de reforzar y ampliar la oferta de posgrados a partir de 2026 no es una ocurrencia académica, es una decisión estratégica.
Hoy la UAT tiene 43 programas en el Sistema Nacional de Posgrados y 874 estudiantes; mañana necesita muchos más perfiles altamente especializados si Tamaulipas quiere dejar de ser solo territorio y empezar a ser motor de conocimiento.
Posgrados pertinentes no son un lujo: son infraestructura invisible para el desarrollo.
2.- Calidad que se mide, no que se presume.
Buscar que más programas ingresen al Sistema Nacional de Posgrados implica someterse a evaluación constante.
Y eso no todas las universidades están dispuestas a hacerlo.
Aquí hay una señal clara: la UAT quiere crecer, pero con estándares. No inflar matrícula, sino elevar nivel.
En educación superior, la diferencia entre expandirse y diluirse está justo ahí.
3.- Del aula al impacto: publicar, registrar, patentar.
Impulsar la publicación de libros, el registro de obras y las patentes no es un tema administrativo, es un cambio de mentalidad.
El conocimiento que no se documenta ni se protege se pierde. Apostar por revistas indexadas, derechos de autor y propiedad industrial es profesionalizar la academia y conectar la investigación con la economía real. Ciencia que no impacta, es solo discurso.
4.- Gobernar también es evaluar hacia adentro.
La reunión del Colegio de Directores en Reynosa fue un ejercicio poco común y muy necesario: revisar avances, reconocer resultados y ajustar el rumbo. Infraestructura fortalecida, investigación activa, estancias internacionales y liderazgos renovados hablan de una universidad que no se administra por inercia.
Aquí hay planeación, seguimiento y decisiones con nombre y apellido.
5.- Las becas como movilidad social, no como favor.
El convenio con el SUTSPET resume bien la visión institucional: educación como política pública.
Becas para trabajadores y sus hijos, descuentos en idiomas y acceso a posgrados no son concesiones, son inversión social.
Cuando una universidad pública abre rutas reales de formación para las familias trabajadoras, cumple su función más profunda: ampliar oportunidades y reducir brechas.
En conjunto, la UAT no está pensando solo en el presente: está construyendo el futuro. Y bajo la rectoría de Dámaso Anaya, esa construcción tiene algo que suele escasear en lo público: dirección, método y sentido social.
