LA CASA DE UNO 

Algo me dice que la "casa gris" de Houston, que habitó José Ramón López Beltrán, ya está maldita. Después de tantas críticas, memes, burlas, caricaturas, etcétera, esa casa ya está contaminada. Apesta. Ya no podría seguir siendo un hogar, si es que alguna vez lo fue.

Además de fea, cursi y ostentosa, representa la corrupción, el abuso del poder y el discurso hueco y mentiroso de la 4T. Que la quemen, que la destruyan y que dinamiten la casa de la risa, porque allí vivieron puros dementes que se creen cuerdos.

Pobre José Ramón, donde lo pongan no da una. Pobre José Ramón, con un papá tan autoritario y tan soberbio; él no le perdona a su hijo mayor que no esté a la altura de sus expectativas. Pobre José Ramón porque de ésta no se va a levantar nunca.

Ha de sentir una culpa terrible por su padre, por haberle provocado, a mitad de su sexenio, esa bronca monumental, como si no fueran suficientes las que ya padece.

Ambos tienen culpa respecto al otro, el papá por haber sido un padre ausente y el hijo, porque por más que haga, se queda muy por debajo de lo que representa un hijo mayor.

En el Antiguo Testamento ya se menciona que Abraham, por orden de Dios y para probar su fe, debe sacrificar a su único hijo, Isaac. Sin embargo, al intentar degollarlo, el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo y dijo: "Abraham, Abraham". Y él respondió: "Heme aquí". Y dijo el ángel: "No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, porque ya conozco que temes a Dios".

Por lo tanto todo parece indicar que el hijo mayor del Presidente no será acusado de nada. No obstante, López Obrador sigue insistiendo en que su hijo es inocente y le arroja la culpa a los medios, a Loret de Mola, a las redes y, ya el colmo de los colmos, a Carmen Aristegui.

¿Qué no se dará cuenta el Presidente lo que representa Aristegui ante el periodismo y la sociedad mexicana? ¿No se dará cuenta de que al insultarla en sus mañaneras nos insulta a todos, al cuarto poder y a mí, de paso?

Llevo más de 25 años escuchando a Carmen Aristegui y nunca de los nuncas me ha decepcionado. En mi vida de todos los días, Aristegui me resulta indispensable. En cambio AMLO, en mi vida de todos los días, resulta insufrible. Por cierto, que estos días el Presidente ha envejecido notoriamente, tiene menos pelo, se ve más abotagado y le cuesta trabajo concentrarse. El problema del hijo se le nota a leguas.

Por otro lado, ya estoy en mi casa. No hay sentimiento más reconfortante que estar en la casa de uno. Cuando llegué, después de 12 días de haber estado hospitalizada, vi mi casa como un edén: con flores, con mucha luz, pero sobre todo, con amor. No, no quiero ser cursi, pero la casa de uno protege, alberga y consuela. La casa de uno es como un espejo, es como territorio conocido, es nuestro patrimonio BEIN HABIDO (sic), es nuestra biografía y es la historia de mis hijos.