INVESTIDURA

A la luz de hechos recientes, convendría que el presidente Andrés Manuel López Obrador reconsiderara su manera de relacionarse con periodistas que adoptan posiciones críticas sobre su gobierno. Desde luego resulta positivo y necesario que el gobierno desmienta puntualmente las fake news, pero estos desmentidos deberían hacerse razonada y argumentativamente, sin denostar a nadie.

Convertidas en el programa noticioso más exitoso del país y en la principal generadora de noticias, las conferencias matutinas de prensa (mañaneras) le han sido de gran utilidad al Presidente y a su gobierno. Constituyen una de las razones de que, aun recibiendo críticas de veintenas de periódicos y radioemisoras y padeciendo el acoso de sus adversarios en redes sociales, la popularidad de AMLO continúa por arriba del 60 por ciento.

Sin embargo, cuando las mañaneras se convierten en tribuna de denuestos contra los periodistas y otros críticos del gobierno, pierde dignidad y señorío la Jefatura del Estado mexicano. Sufre la investidura. Los ataques presidenciales a la prensa son todavía más deplorables en un entorno de agresiones físicas a periodistas, alrededor de 150 de los cuales han perdido la vida en México en lo que va de este siglo (en los sexenios de Fox, Calderón, Peña y AMLO). De un mandatario atípico y tan diferente de sus antecesores (sobre todo en materia de saqueo del tesoro público, represión y control de medios por la vía del dinero), serían esperables manifestaciones de duelo y empatía con un gremio asaeteado por el crimen organizado, sí, pero también por el poder político.

Quizá el peor ángulo de la peculiar interacción presidencial con el periodismo sea la tendencia del mandatario a situar en un mismo saco a mercenarios que añoran los contratos de antes y a periodistas que han librado largas y duras batallas en pro de la libertad de expresión.

Una de estas figuras es Carmen Aristegui, quien en su momento puso en juego su estabilidad profesional y económica por su afán de contribuir a la justicia, a la democracia y a la lucha contra la corrupción.

Recientemente, en su programa radiofónico y en su portal de noticias, Aristegui dio cabida a reportajes sobre los hijos de AMLO, uno de ellos notoriamente fallido (Chocolates Rocío) y el otro polémico y claramente articulado para dañar al Presidente, con la exhibición de los lujos de su hijo José Ramón en Texas y de presuntos conflictos de interés que, desde luego, deben ser investigados por las autoridades correspondientes, pero que hasta ahora no han sido probados.

Conviene tener presente que los reportajes polémicos no fueron trabajados por el equipo de Aristegui, si bien la periodista les dio cabida en sus espacios. El de las casas de Texas fue trabajado por Mexicanos Contra la Corrupción y el portal Latinus. El mismo día que se publicó el reportaje de Latinus-MCCI circuló en redes un breve video que mostraba al hijo menor de AMLO jugando aparentemente en la casa texana que habita su hermano. Aunque podría resultar obvio el origen del video, lo cierto es que su procedencia parece haber sido una granja de bots. Ese breve video no fue recogido por Aristegui y, hasta donde sé, tampoco por MCCI y Latinus, pero probablemente fue el hecho que más contribuyó al enojo del Presidente.

En al menos dos ocasiones, AMLO emitió en las mañaneras severas descalificaciones contra la laureada periodista, argumentando que él sólo ejerce su derecho de réplica. Sin embargo, este derecho no debiera incluir hirientes juicios de valor y menos si la destinataria posee trayectoria y biografía que la avalan.