Hasta la vista, baby

Fiel al empeño de no bajar la guardia en su denuncia de las fuerzas conservadoras que hay en el escenario nacional, el Presidente Andrés Manuel López Obrador volvió a la carga con el tema en la conferencia de prensa previa a su viaje a los Estados Unidos.

Señaló que iba sin miedo ni temores, "con mi conciencia tranquila y con mi frente en alto", para remarcar: "lo digo porque los conservadores luego hacen ruido y escándalos".

Mucho ruido y muchas críticas, no sólo por parte de esos conservadores, reales o imaginarios, que AMLO cita con frecuencia y son combustible de su accionar presidencial, ha provocado su decisión de reunirse con el Presidente Donald Trump en Washington para celebrar el inicio del T-MEC en una ceremonia oficial a la que no asistirá el Primer Ministro canadiense, Justin Trudeau, uno de los tres miembros de la alianza comercial.

Desde que Trump llegó a la Casa Blanca, su relación con Trudeau ha estado salpicada de roces y desencuentros. La imposición de aranceles al acero canadiense en 2018 por parte de Washington condujo a que Canadá impusiera en represalia aranceles a productos estadounidenses con un impacto de miles de millones de dólares.

Eso ocurrió en plenas negociaciones del T-MEC, lo que ralentizó los tiempos de las mismas y dio pie a que Trudeau calificara de "insultantes" los aranceles y Trump lo acusara en otro momento de "sumiso" y "débil".

Aunque Estados Unidos eliminó los aranceles en 2019, la relación de los dos países no ha recuperado la fluidez que tuvo en el pasado, y el temor de Canadá a la imposición de futuros aranceles tal vez explique la negativa de Trudeau de asistir a esa peculiar ceremonia de arranque del T-MEC.

Las declaraciones y acciones de Trump hacia México, un país cuya población y Gobiernos tradicionalmente han visto y tratado con cautela y recelo a su vecino del Norte, han sido más ofensivas que las que éste ha lanzado contra Canadá.

Sólo que aquí el Gobierno de la 4T, haciendo a un lado las posturas antiimperialistas y nacionalistas que distinguen a AMLO, ha decidido adoptar una posición de moderación y sumisión frente a los arrebatos del mandatario estadounidense.

Eso se refleja especialmente en la cuestión migratoria, que pasó del radical "ayudaremos a los migrantes que transiten por el territorio nacional para dirigirse a la frontera norte" del candidato AMLO, al "Quédate en México" de principios de 2019 del Presidente López Obrador, programa de puertas abiertas que ofrecía residencia y permisos de trabajo renovables cada año a 10 mil migrantes, hasta desembocar a mediados de ese año en la adopción de una política migratoria que militarizó la frontera sur para frenar el flujo de migrantes centroamericanos que intentan ingresar a los Estados Unidos desde México, bajo la amenaza trumpista de imponer aranceles progresivos a las exportaciones mexicanas si no se aplicaban tales medidas.

Sin el afán de lanzar una crítica "conservadora", el viaje del Presidente mexicano a Washington es un desatino que no parece sino servir al propósito reelectoral de Trump de ofrecer una imagen de buen diplomático regional y de gobernante incluyente ante el numeroso electorado de origen mexicano en ese país.

¿Qué gana México con este primer viaje oficial del Gobierno de la 4T a los Estados Unidos, con una delegación de perfil reducido, traslado en un avión comercial y una agenda en la que no habrá encuentros ni con representantes de la comunidad mexicana ni de los migrantes, y mucho menos con líderes del Partido Demócrata y su candidato presidencial, Joe Biden?

Qué gana sino dar un espaldarazo a Trump a cambio, tal vez, de recibir apoyo en futuros recortes de la cuota petrolera de México, más respiradores para los enfermos de Covid-19 o posponer las amenazas arancelarias tan socorridas por el titular de la Casa Blanca.

Con un agradecido "Hasta la vista, baby", probablemente despedirá Trump al mandatario mexicano al concluir la polémica visita que el titular de la Casa Blanca sabrá capitalizar electoralmente.