El saldo

Ha cristalizado un movimiento de muchos rostros, plural, diverso, que entrevera generaciones y estamentos; sin liderazgos únicos o visibles (en términos de dirigentes) pero con una fuerza extraordinaria.

En las marchas de ayer y el paro de hoy el movimiento muestra la cosecha tras algunos años de persistencia donde las jóvenes habían topado con muros de desprecio. Germina la batalla de una generación nacida con el siglo, atenazada por el miedo y decidida a rebelarse contra ataduras y violencias.

En el momento simbólico del Día de la Mujer las muchachas sumaron a madres y abuelas, muchas de las cuales cuando jóvenes nunca se atrevieron a marchar y sufrieron en silencio atrocidades iguales o peores que las que hijas y nietas decidieron denunciar y combatir.

Remecieron y tocaron. Advirtieron y estrujaron. El movimiento ha encaramado y apenas comienza.

Ciertamente muchas mujeres no acompañaron las marchas e incluso se abstendrán de ir hoy a paro; no porque se opongan a las demandas de alto a la violencia y castigo a feminicidios sino porque discrepan de las formas y el sentido que ha adquirido el movimiento convocante.

Se ha colocado la preocupación sobre la impunidad ante la violencia tanto para aquellas que se movilizan como las que observan y cuestionan. Lo que se ha abierto es un camino que no debe admitir retorno.

El saldo para los gobiernos, particularmente el federal, es evidentemente negativo. La desconexión del gobierno de la 4T de este movimiento feminista es altamente costosa antes que por intereses electorales por factores de gobernabilidad.

Porque el tema no será necesariamente si pierden la próxima elección. Incluso, el partido gobernante puede ganar la mayoría parlamentaria en 2021. Justo ése es el problema: suponer que el movimiento tiene un propósito desestabilizador que pasa por la arena de la política tradicional, empezando por lo electoral. Tendrá un efecto sin duda. Pero la marea está en otro lado.

La fractura principal está dada en el yerro de una identificación abstracta y dogmática de los adversarios del gobierno actual; en esa lógica de liberales y conservadores, excluye a demandantes de intereses que la 4T dice representar -feministas, ecologistas, defensores de derechos de migrantes- y traza una distancia que puede ser infranqueable.

Un cartel hecho con retazos de una caja de cartón y colocado ayer en un pedazo de la plancha del Zócalo decía en su rótulo dibujado con un plumón: "el neoliberalismo no mata, tu indiferencia sí".

La causa feminista tradicionalmente atada a la lucha de la izquierda, ahora no toma una forma de impugnación anticapitalista sino una confrontación contra el grupo en el poder, contra las burocracias que demoran la procuración de justicia, contra el gobierno que no consuma detenciones y mantiene la impunidad.

En palabras de Chantal Mouffe, el gobierno de la 4T no conecta con "cómo está la gente", sino trata de ofrecer "cómo debería estar". No vincula con el presente sino alienta la visión de un futuro muy distante de la realidad, de los sentimientos, de las pasiones y de los afectos de sectores lastimados por desigualdades y arbitrariedades.

El despojo de la bandera feminista a los tradicionales liderazgos de la izquierda tiene en mucho que ver con la imposibilidad del gobierno de la 4T para empatizar con sectores golpeados por el neoliberalismo pero despreciados a la vez por quienes dicen combatirlo.

El presidente Andrés Manuel López Obrador debería ofrecer una sincera disculpa y asumir un firme compromiso. Una disculpa como punto de partida para corregir. Y más que un decálogo feminista podría establecer compromisos específicos para aclarar feminicidios, disponer de medidas que mejoren la procuración de justicia, abrir una revisión semanal -como en la salud o en los precios de las gasolinas- para atender el tema de las violencias contra las mujeres, incorporar a las jóvenes de los movimientos en el diseño de políticas de protección.

Mínimas señales frente a las magnas manifestaciones.