EL PRIISTA

AMLO ha sido parte del sistema político mexicano desde siempre. Como tantos miles de jóvenes en los años setenta, vino a estudiar a la UNAM. Como tantos otros, se formó en la fila correcta para acceder al poder: el PRI.

Una de las claves de este partido era su capacidad para captar a quienes tenían deseo y capacidad de liderazgo político. Dada su retórica nacionalista y popular, muchos jóvenes de izquierda pensaban que ser del PRI era congruente con sus ideales y una mejor apuesta de cambio que militar en el aún proscrito Partido Comunista. Siempre se podía soñar con impulsar las ideas de izquierda desde el gobierno.

AMLO mostró sus deseos de democratizar al PRI y ayudar a los más pobres en sus primeros puestos en Tabasco, dos veces removido por los altos mandos. Luego terminó como un burócrata trabajando en la Ciudad de México en el sexenio de Miguel de la Madrid, supongo concentrado en la difícil tarea de mantener a una familia en medio de la crisis económica.

AMLO no es un outsider, sino un nostálgico del PRI estatista. Comulga con muchas de las reglas no escritas de ese sistema, como no irse contra su antecesor priista. Esto distingue a México de la Venezuela de Hugo Chávez, quien era un teniente coronel del Ejército, despreciado por la clase política y la burguesía. Nunca militó en alguno de los dos partidos dominantes. Su objetivo era destruirlo todo y se rodeó de gente como él.

En contraste, una parte importante del actual liderazgo político que rodea a AMLO fue priista en algún momento. Tienen internalizadas muchas de las reglas de operación de ese mundo. Claudia Sheinbaum es la excepción, aunque se ha adaptado bien a esas reglas. Morena es la cuarta transformación del PRI.

Por eso AMLO tiene a muchos ex priistas en su equipo y buena interlocución con varios gobernadores priistas. Ahora trata de tejer una coalición legislativa en torno a diversos priistas en fuga. Sus reformas constitucionales en esta segunda mitad del sexenio requieren de su apoyo.

No se ve fácil porque para casi todos los priistas "agarrar hueso" implicaría formarse al final de la fila de Morena. Sin embargo, muchos tienen larga cola y no es claro el futuro del PRI. Su renacimiento se ve difícil. Peña Nieto mató la credibilidad del partido. Según encuesta de Grupo Reforma de este mes, el 41 por ciento declara que nunca votaría por el PRI, seguido de 18 por ciento que no lo harían por Morena. El 14 por ciento nunca votaría por el PAN.

AMLO tiene dos retos centrales para lograr refrendar a Morena en el 2024. El primero es no alienar aún más a la clase media. El PRI terminó por perder el apoyo de la clase media, pero nunca se enfrentó a ella. AMLO la ataca continuamente. Ahora a científicos y académicos. Parece creer que puede ganar sólo con el apoyo de las clases populares. Es una apuesta arriesgada, la clase media es más amplia y su forma de pensar es más influyente de lo que AMLO cree.

El segundo es manejar bien la sucesión, como lo hizo el PRI por décadas. Fue hasta que De la Madrid destapó a Salinas con un proyecto liberalizador de la economía que el partido se dividió. De esa escisión viene AMLO.

A diferencia del PRI, el de AMLO es un proyecto personal y su poder y legitimidad mucho mayores. También lo es su posibilidad de equivocarse, de irse por sus intuiciones y obsesiones, como lo ha hecho en tantas cosas, desde sus proyectos de inversión pública, hasta la destrucción del sistema de compra de medicinas.

En su mundo ideal, la elección del 2024 sería entre dos grandes fuerzas políticas, la conservadora, formada únicamente por un PAN abnegado y resignado, como el que existía en los años dorados del PRI. La segunda de "izquierda", comandada por un Morena hegemónico, con satélites como el PT, MC, PVEM y el propio PRI. AMLO aspira a ser como ex Presidente su líder indiscutible desde su rancho en Palenque.