El clima cortesano

La reinvención de México nos ofrece lecciones diariamente.

Hay oligarcas buenos. Los empresarios que hace unos días eran el emblema de la podrida relación entre poder y negocios son ahora amigos del pueblo. El Presidente los llama "empresarios con vocación social" porque se han puesto a su servicio. Hacen lo mismo que antes, se conducen como siempre, pero ahora, dice él, sirven a las buenas causas.

Digo que se conducen como siempre porque aprecian, antes que cualquier otra cosa, la relación con el poder político. No hay mejor inversión en México que la amistad con el poder. Al Señorpresidente hay que acompañarlo sonrientemente aunque nos invite al precipicio.

El Consejo Coordinador Empresarial se ha prestado para constituir la rama empresarial de la nueva hegemonía. Carlos Salazar, su dirigente, es el representante de un nuevo actor social y político. Pejeburguesía, la podríamos llamar. Empresarios entregados al nuevo poder, dispuestos a cualquier indignidad con tal de no arriesgar una fricción con el caprichoso que nos gobierna. Bailar al son que toquen en Palacio. Inversionistas prestos a convertirse en favoritos del nuevo régimen. Empresariado servil y acomodaticio, incapaz incluso de emplear las fuentes de su independencia para cuidar su propio decoro.

No sé si en los asistentes a la cena infame haya alguna reserva cívica. Lo que llama la atención es su incapacidad para registrar y emplear su poder frente al poder. Su temor de marcar una distancia frente al absurdo al que se les convoca. Su disposición a montar espectáculo de su sumisión voluntaria, de su calculada servidumbre.

Aparecerán en las listas de los más acaudalados del mundo, pero en su encogimiento se muestran como empresarios bananeros. ¿Qué son unos milloncitos que nos pide el Presidente para salir de un enredo en el que se metió, si no nos van a subir los impuestos? Mejor mostrarle lealtad y acompañarlo en sus estrafalarias ocurrencias.

Se engaña quien sugiere que el bochornoso evento haya sido una expresión de libre voluntad. Al invitarlos, el Presidente advirtió públicamente que en la asistencia, se vería quién era quién. Ya veremos qué empresarios están con nosotros y quiénes deciden apartarse. Tomaremos nota. Son libres de venir, pero, por supuesto, quedará registro de asistencia.

La charola pone de relieve una marca del régimen: la ausencia de quien plante cara al Presidente. En el entorno presidencial hay un serio vacío de verdad. Es la victoria de los cortesanos que celebran cualquier tontería presidencial como si fuera una descarga de sabiduría infinita.

El Presidente puede decir, como dijo la semana pasada, una gran estupidez y su Gobierno la enmarca para la historia. El decálogo que el Presidente improvisó en su letanía reciente es casi una provocación de tan absurdo y de tan bobo. Inanidad propia de un concurso de belleza: estoy en contra de la violencia, se tiene que respetar a las mujeres, no a las agresiones a las mujeres, no a los crímenes contra las mujeres.

El Presidente hilaba sus sentencias como si estuviera taladrado el mármol de la conciencia humana y de su boca aparecieran súbitamente las tablas de la convivencia. Uno, dos, tres... Al llegar a la frasecita número 10, preguntó fastidiado: ¿ya?

Mal momento, podríamos decir. Todos podemos reaccionar con torpeza ante un tema difícil y trataremos de cambiar pronto la página. Pero no... el Gobierno actúa como si, desde el Palacio, se hubiera hecho la luz. Abraza de inmediato la lista y la define, sin ironía, como "decálogo". En carteles que difunde en los espacios oficiales, se publicita la honda sabiduría moral del Presidente.

Supongo que habrá que aprenderse que el Quinto Mandamiento ordena: "Se tiene que respetar a las mujeres". Y nunca confundir el Tercer Mandamiento, que ya todos sabemos a estas alturas que indica que es una cobardía agredir a la mujer, con el Cuarto que nos recuerda que el machismo estaba bien antes, pero ahora ya no tanto: "El machismo es un anacronismo".

No parece haber nadie a su alrededor, nadie en su círculo inmediato, nadie a quien consulte que se atreva a advertir al Presidente la magnitud de sus despropósitos. Se pasea encuerado y recibe de su entorno aplausos por la belleza de su ropa. Ése es el clima cortesano: indignidad y mentira.