Con un 2025 a punto de extinguirse no queda más que dar gracias por lo vivido, lo que se logró y se aprendió.
También es momento de saborear el año próximo y reflexionar sobre los propósitos y deseos que se esperan cumplir en 2026.
Los griegos, primeros en muchas cosas, no solo crearon la democracia, también los conceptos alrededor de ella.
Uno de estos conceptos es la Ekklesía, que significa literalmente: los llamados a reunirse.
Viene de ek (fuera) y kaléin (llamar).
Y en Atenas la ekklesía era la asamblea de los ciudadanos.
Ahí se decidían las leyes, la paz y la guerra.
No era simbólica, mandaba de verdad.
No todos tenían cabida. Mujeres, esclavos y extranjeros tenían prohibido participar, pero el principio fue radical para su época.
La fe cristiana tomó el término de ekklesía para darle un nuevo significado.
No era un edificio, tampoco una jerarquía. Era la comunidad reunida.
Por eso, etimológicamente la iglesia no es el templo, son las personas.
La ekklesía está en la raíz de la democracia. Es la representación, la deliberación pública, la legitimidad del poder.
Cada vez que los políticos se refieren ‘al pueblo’ se está invocando esta idea.
En la Grecia antigua quien no iba a la ekklesía, a estas asambleas de ciudadanos, simplemente no mandaba.
De ahí nace la idea central de la democracia: el poder no se hereda ni se revela, se ejerce de forma colectiva.
La democracia moderna hereda estos principios. Ya no cabemos todos en la plaza pública, por eso elegimos a quienes van en nuestra representación para proponer, discutir y deliberar las leyes y el gobierno.
La plaza se vuelve urna, pero la raíz es la misma: ekklesía.
Quien no entiende el concepto puede equivocarse muy fácilmente y pensar que el representante sustituye a esta asamblea. No es así, la encarna temporalmente.
Por eso la representación popular tiene sus límites: periodos de gobierno, rendición de cuentas, revocación de mandato, elecciones.
Cuando el representante popular olvida que viene de la plaza, que viene del pueblo, el poder se personaliza y se corrompe.
Otra equivocación común es romantizar la idea, pero la ekklesía no era unanimidad, era conflicto hablado; discursos largos, interrupciones, pasión, errores, inconformes.
Pero había una regla sagrada que estaba por encima de todo eso: las razones deben poder decirse en público. Hoy, el concepto es transparencia.
De ahí nace la deliberación: justificar decisiones, confrontar argumentos y debatirlos, persuadir, no imponer. Escuchar.
Cuando el poder decide sin explicar, rompe el pacto ekklesiástico. Gobierna pero sin el pueblo.
La ekklesía además de ofrecer un espacio físico y simbólico, también introduce una idea revolucionaria: la legitimidad del poder.
Obedecemos porque participamos, no porque nos obligan.
La legitimidad no viene del cielo, ni de la sangre, ni de la fuerza. Viene de haber sido convocados y de participar.
Aunque no ganes el debate, aunque tu idea sea superada, aceptas el resultado porque estuviste ahí, participando como los demás.
Por eso cuando los ciudadanos sienten que no fueron convocados, que no fueron escuchados y atendidos, que no fueron representados, hay una ruptura con sus gobernantes, hay apatía y desobediencia.
La ekklesía no garantiza buenas decisiones, eso es un espejismo. Pero si garantiza la legitimidad de las decisiones compartidas.
Así que volviendo a los propósitos y deseos para este 2026, seamos conscientes como ciudadanos de la importancia de participar en la cosa pública.
Participar aportando ideas, escuchando, opinando.
No se trata de ganar la discusión, se trata de encontrar el mejor camino para que todos cumplamos con nuestras metas y de paso dejarle una mejor ciudad, un mejor estado y un mejor país a nuestros hijos.
En eso radica la felicidad. Mi deseo es que el próximo año la encuentre.
Feliz y próspero 2026.
Pues eso.
