Covid-19: hora de concertar

Fundado en los tiempos heroicos del periodismo, el Diario de Yucatán cumplió 95 años el 31 de mayo.

 
 
La pandemia de Covid-19 está lejos de ser superada en México, aunque la conducta de demasiados mexicanos -y no sólo los que tienen necesidad de salir a trabajar- parece indicar lo contrario.

Cito algunos datos duros, basados en cifras de la Secretaría de Salud.

En una quincena del recién concluido mes de mayo, entre los días 15 y el 30, el número reportado de muertes por Covid-19 se duplicó, al pasar de 4,767 a 9,779.

El 31 de mayo, el número de contagios confirmados también se duplicó respecto al día 15: de 45,032 a 90,664.

Ayer, martes 2 de junio, los decesos rebasaron los 10,600 y, además, hay más de 900 muertes que probablemente fueron provocadas por el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la pandemia, pero que están sujetas a la confirmación de las pruebas de laboratorio.

El total de muertes aumenta irremediablemente. Las predicciones señalan que las defunciones por Covid-19 podrían llegar en México a 30,000 (Hugo López-Gatell) e incluso a 132,000 o más (escenarios de Youyang Gu, del MIT, Reforma, 28/05/20).

Además de la dureza y frialdad de las cifras, el dolor y la desesperación agobian a millares de familias mexicanas. Dolor al saber de la muerte inminente de un familiar y no poder acompañarlo en la agonía ni en el adiós postrero. Dolor por la ausencia definitiva que genera orfandades de doble sentido (de hijos por sus padres, de los padres por sus hijos) y desesperación cuando el único o principal proveedor de la familia se va.

En estos días infaustos también se sufre angustia por no hallar una cama en un hospital cercano, por no encontrar una ambulancia para el transporte de enfermos críticos, y también el dolor aumentado porque, tras la muerte, no se consiguen servicios mortuorios porque las funerarias están saturadas.

Estos dramas personales o grupales, multiplicados, constituyen un drama nacional que nuestra clase política no alcanza a dimensionar, a juzgar por su incapacidad para la concertación y la coordinación. Quizá el más nítido ejemplo de esa incapacidad es que el inicio limitado de la reapertura de actividades económicas, laborales y sociales se dio el lunes 1o. de junio y el gobierno federal y los gobernadores celebraron una reunión por videoconferencia el martes 2 de junio, para continuar discutiendo la distribución de competencias y en quién recaen las tareas de mitigación ante una pandemia in crescendo. Y para colmo, el presidente López Obrador, que debería liderear el combate al Covid-19 y hacer valer su autoridad legal, moral y legítima para lograr la concertación ¡se va de gira por varios estados!

Obviamente, los acuerdos robustos y definitivos debieron tomarse antes de la reactivación, no cuando esta se halla en desarrollo.

Escribió Bill Gates, a propósito de la pandemia: "Esto es como una guerra mundial, excepto que en este caso, todos estamos del mismo lado" (Reforma, 27/04/20). Lo que ocurre en México, donde incluso ex funcionarios quieren llevar a la hoguera a los responsables del combate a la pandemia, en vez de aportar su solidaridad, no corresponde a esa metáfora.

Aquí ni los millares de muertes hacen ceder la confrontación y la mezquindad. Al contrario, se aprovecha para golpear a un gobierno para sus adversarios nefasto y se cuestiona incluso si una secretaria de Estado no llevó tapabocas al supermercado y, curiosamente, se le reprocha el mal ejemplo, sin reparar en que al difundir la imagen en medios formales e informales se está justamente contribuyendo a lo que se cree combatir: el mal ejemplo.

La clase política parece olvidar que vive en una república y más bien se instala en el reino de la mezquindad, justo cuando se precisa lo contrario: generosidad y nobleza de espíritu.

Pero si a funcionarios y otros políticos esas virtudes les resultaran indiferentes, sí sería deseable que alcanzaran a entender que si esta pandemia no es frenada pronto, si la reapertura económica y social resulta un desastre, todos serán responsables. Si bien muchos ciudadanos podrán ocultarse en el anonimato aunque ahora salgan irresponsablemente al espacio público y actúen sin ninguna prevención, los gobernantes y políticos no podrán eludir su responsabilidad. Todos serán culpables.