Connie Janeth Beltrán Domínguez, te nombro.

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Viviste una pesadilla que terminó por devorarte. Pudiste haber despertado, pero el Estado clausuró las puertas de las pocas salidas de emergencia. Tú y tu familia lo intentaron todo, pero fuiste mujer, con eso bastó para que terminara tu vida a golpes.

Dos años antes, interpusiste la primera denuncia contra tu pareja, por violencia familiar, pero dictámenes periciales determinaron que no había daño psicológico, y el caso lo cerró la entonces Procuraduría General de Justicia.

Desde entonces, se interpusieron 15 denuncias contra tu pareja. No una, ni cuatro, ni 10. Quince veces pediste auxilio y fuiste denigrada por el Estado.

Tenías una niña, que ahora vemos en el periódico sonriendo en una foto familiar: abraza a su papá, pero con su otra manita te toca el hombro, como diciendo: "mi mamá", y tú sonríes, radiante. Ailyn Alexandra, 4 años. No sé si vio cómo su padre te estranguló, pero tú sí lo sabes. No podrás descansar en paz. Yo sé que no podrás.

No sólo denunciaste. Te separaste, te mudaste lejos de tu agresor, cerca de tus padres. Pero de nada sirvió. Apenas en julio, la Policía Municipal de Zuazua acudió a tu último llamado, pero terminó por liberar al victimario, José Ángel Ávalos González.

Tu padre, totalmente destrozado, suplicó ante las cámaras de televisión que su nieta regresara. Dudó, presa del terror, que no estuviera viva, pero luego abrazó su fe. Tu padre no pudo siquiera mencionar que fuiste asesinada.

Totalmente turbado se preguntó por qué lo perdonabas como dando a entender que lo seguías viendo a pesar de todo, "quizá por su hija", se contestó a sí mismo porque tú ya no estás para corregirlo. Pero estamos las demás.

Con el Estado en contra -como ha quedado manifiesto- las mujeres buscamos estrategias de sobrevivencia. Abrimos la puerta por temor a lo que pase si decidimos ignorar las súplicas de un frágil emocional. Terminar una relación, como lo estamos viendo, resulta imposible, so pena de muerte.

¿Por qué te enamoraste de José Ángel, Connie Janeth? No te juzgo. Tenemos en contra todo un universo de imaginarios.

Tú y yo nos enamoramos de manera parecida, igual que mis amigas. Amamos primero, y luego averiguamos. Si aparece un ogro, apostamos a quererlo, porque así nos enseñaron; pero además porque el ogro a ratos es el príncipe azul prometido.

Cuando el ogro se convierte en golpeador y finalmente en asesino, nuestros educadores -familia, escuelas, iglesias, medios masivos- se rasgan las vestiduras contra el Estado o el asesino, sin atreverse a implorar: ¡perdón! Connie Janeth, ¿cómo vencer?

Ayer fue aprehendido José Ángel y rescatada Ailyn Alexandra.

Detengámonos un momento en el agresor. En el hombre que golpea, acuchilla, desmiembra -Gabriela Elizabeth Rodríguez Saucedo, te nombramos; su torso fue encontrado en un terreno en Saltillo hace dos días-, quema, estrangula, viola, balacea. ¿Acaso podríamos tratar a estos hombres como casos aislados? No cometamos ese error.

Estos agresores son el resultado de una gran cadena de simbólicos y de elementos materiales, de la cual muchos formamos parte.

Pensar que se trata de "un loco nomás" es comodidad indolente. Porque la violencia familiar es un brote que encuentra todas las condiciones para anidar en casa, incluidos la impunidad, los valores patriarcales que aún se rezan en la mesa: son cosas de pareja, no te metas; la publicidad que mancilla nuestros cuerpos y los discursos mediáticos machistas, que siguen juzgando a las mujeres por ser asesinadas.

Connie Janeth, te visito en el negro atroz de tu feminicidio, pero no he venido sola. Aquí está también la persona que ha terminado de leer este texto. También tiene algo que decirte.