Los partidos políticos, en particular el PRI y el PAN, han convertido la lucha contra la corrupción en su bandera de batalla para intentar cosechar simpatías ciudadanas, en busca de una reivindicación que les allane el camino al triunfo en la elección del 2018, cuando estará en disputa “la joya de la corona” del sistema político mexicano: la presidencia de la República.



Alrededor de ese cáncer social, o esa “serpiente de mil cabezas”, como la llamó el ex gobernador y actual Senador del PRI, Manuel Cavazos Lerma, priistas y panistas tejieron una especie de telaraña mediática en la que fueron elegidos como “blancos”, Javier Duarte de Ochoa, Gobernador con licencia de Veracruz, y Guillermo Padrés Elías, ex mandatario del estado de Sonora.



Convertidos Duarte y Padrés en prófugos de la justicia mexicana, el PRI y el PAN se culpan mutuamente de encubrir a ambos políticos facilitándoles la huida. Los dos partidos se desgañitan intentando probar la culpa del de enfrente y la inocencia propia ante una sociedad que, honestamente, ya nada les cree.



Efectivamente, es tanto el desprestigio que han cosechado los políticos que,  aunque fuera real su lucha contra la corrupción, la gente ya no les creería.



A cualquier ciudadano que usted le pregunte le responderá que, esa presunta persecución contra Duarte y Padrés es simplemente un show mediático.



¿Por qué creerles su lucha anticorrupción cuando hay abundancia de historias de impunidad, donde el Gobierno en vez de ejercer su papel de aplicador de la ley se convirtió en una especie de protector de los presuntos responsables?

Ahí tiene como referencias más recientes los Moreira en Coahuila, los Medina en Nuevo León, y los Yarrington y Hernández en Tamaulipas.



¿Por qué nunca el Gobierno procedió contra ellos a pesar de que en sus respectivos estados es de sobra conocido el enriquecimiento que adquirieron durante sus administraciones?



Por eso, pretender ahora que los mexicanos nos traguemos la “píldora” de la honestidad gubernamental es absurdo.

Seguramente Duarte y Padrés serán llevados a prisión tarde o temprano porque eso es parte de la estrategia política, pero le puedo asegurar que el efecto que eso provocará en los partidos políticos será adverso.



En vez de recobrar credibilidad, los partidos quedarán más debilitados en su imagen frente a una ciudadanía cada vez más crítica y reflexiva.



Para que los ciudadanos creamos en la lucha anticorrupción se necesitará mucho más que encarcelar a un político en la víspera de una elección presidencial.



El día que la sociedad comience a ver ingresando a prisión a una diversidad de servidores públicos a quienes se les comprobó actos de corrupción, pequeños, medianos y grandotes, seguramente ese día comenzará a convencerse de la buena voluntad gubernamental frente a ese cáncer social llamado corrupción.



Mientras no sea así, los ciudadanos mantendremos la percepción, como le decía, de que historias como las de Duarte y Padrés, son puro show.



ASÍ ANDAN LAS COSAS



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