Peligro en la torre

Apenas el reloj marca las 16 horas y una avalancha de burócratas se arremolina frente a los elevadores que dan servicio a la Torre Bicentenario.



Muchos de los que ocupan los pisos más bajos del edificio gubernamental, optan por usar las escaleras. Les urge alcanzar la calle, sobre todo a las mamás que deben recoger a sus hijos en las guarderías o en las primarias.



Es miércoles y la rutina es normal. En uno de los elevadores viajan alrededor de 12 trabajadores. No cabe uno más.



El transportador comienza a descender desde el piso 19. Adentro la mayoría de los viajeros va callado.

Sólo se escucha la plática de tres compañeras de oficina que planean una cena cumpleañera para el siguiente fin de semana.



De pronto, el elevador se detiene. Es el piso 8. Pero la puerta no se abre. Los viajeros cruzan miradas hasta que uno de ellos opta por oprimir el botón de arranque. Nada. El aparato sigue sin moverse. La puerta sigue sin abrirse. Ya pasó un minuto.



Comienzan las bromas de "ya valió..." . El reloj avanza. Algunas mujeres empiezan a reír nerviosas. Otros rostros muestran los primeros síntomas de miedo. Ya van 3 minutos.



Un hombre ya mayor golpea la puerta tratando de que lo escuchen afuera. “Ábranle", grita medio en broma y medio en serio. 



El celular no funciona para pedir ayuda. Es normal que se vaya la señal.



El reloj sigue avanzando y el calor comienza a hacer más desesperante y atemorizante la situación. Cinco minutos después alguien logra hacer contacto por WhatsApp con el elevadorista. "Ya están enterados. Ya vienen a ayudarnos", informa a sus compañeros de viaje, a quienes parece regresarles la sangre al cuerpo.



Y sí, dos minutos después se escuchan maniobras afuera. Uno, dos o tres golpes y, ¡¡¡por fin, el elevador se abre!!!



La docena de burócratas sale apresurada hacia las escaleras. "Pura madre que me vuelvo a subir”, grita una joven. 



La historia no es nueva. Se repite casi a diario. Siempre hay uno o dos elevadores que se quedan trabados a medio camino, con el susto que ello implica para los usuarios.



Lo de este miércoles no pasó nuevamente de un susto. Pero los burócratas que ocupan la Torre Bicentenario dejan la advertencia: un día va a ocurrir una tragedia.



La operación de los elevadores que movilizan a trabajadores y visitantes del edificio es deficiente. Constantemente fallan y eso los hace peligrosos. 



Además, las escaleras, que son la otra alternativa de salida, son tan estrechas que difícilmente soportarían una estampida de personas apanicadas.



"Están gestando una tragedia porque el día que se necesite evacuar la Torre con rapidez no va a ser posible. Las escaleras son tan estrechas que serán insuficientes para tanta gente”, advierten.



Esperemos y alguien los escuche. No vaya a ser que después sea demasiado tarde.



ASÍ ANDAN LAS COSAS



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