EX PRESIDENTE MASARYK

Hubo una época en que la avenida Presidente Masaryk era el paraíso de las "reinas de Polanco", bastaba con que plasmaran el poder de su firma con su tarjeta de crédito VIP, para que adquirieran las marcas más caras, refinadas y prestigiadas del mundo.

"No necesitamos hacer nuestro shopping, en Nueva York o en París, todo lo encuentras en Polanco", decían felices de la vida mostrando una fila de jackets, parejitos, blancos y brillantes.

A ellas no les importaba pagar más debido a los impuestos de importación, o el que el artículo no fuera de la última colección de algún diseñador francés o italiano, su único deseo era comprar, ahoritita, ese chal de cashmere que vieron en la vitrina, así fuera en pleno verano.

No hay duda que desde que empezaron la pandemia y el confinamiento, la zona de Polanco ha dado un terrible vuelco; hace cerca de dos años dejó de ser nuestro "Rodeo Drive" o un modesto "Faubourg Saint-Honoré", para convertirse en la avenida Ex Presidente Masaryk, cuyas "reinas" ahora aparecen destronadas, con cubrebocas y vestidas totalmente demodé.

No faltarán algunas que se resisten a comprarse ropa made in Mexico, y que ahora consuman made in China o made in Taiwan, en los grandes almacenes, eso sí, dentro de los centros comerciales de Polanco.

Hemos de decir igualmente, que muchas de estas ex reinas han adquirido otro tipo de hábitos de consumo, ahora se dirigen a los vintages, compran las baratas en línea, o bien han vuelto a contratar a su antigua costurera para que le dé "una manita de gato" a su guardarropa.

"Se renta, se renta, se renta", dicen grandes avisos a lo largo y ancho de las vitrinas de las boutiques de Ex Presidente Masaryk, especialmente en establecimientos que se encuentran en las calles aledañas a la avenida.

Lo que ha resurgido de una forma muy llamativa y creativa son las terrazas de los restaurantes: italianos, franceses, chinos, hindúes, japoneses, libaneses y de tacos, instaladas en las banquetas y delimitadas con maravillosas y frondosas plantas de todo tipo y decoradas con foquitos, lo cual hace que, por las noches, parezcan jardines flotantes.

Desafortunadamente, y siempre debido a la pandemia, no siempre están llenos. Incluso, unos se ven totalmente vacíos, con meseros cuyos rostros no pueden ocultar su frustración y aburrimiento.

No, Polanco ya no es lo que era. Cuando era una niña de la Colonia Cuauhtémoc, soñaba con ir a Polanco. Estaba segura que desde allí se veían los volcanes con más transparencia, que la luna y el sol brillaban más, que el sabor de los helados duraba el doble, que se podían comprar más cosas con el mismo presupuesto de colonias menos sofisticadas, que la gente que tenía el privilegio de vivir allí era más feliz, más ordenada, más educada y mejor vestida.

Juraba que en Polanco todo el mundo estaba más contento, que los pobres ganaban la lotería y que los ricos llenaban sus casas con alcatraces pintados en gis de todos colores.

No había nada que me diera más gusto cuando tenía 13 años que ir a visitar a mi hermana Antonia, recién casada. Bajarme del camión Juárez Loreto en la esquina de Horacio y Tennyson, era como penetrar en el jardín donde jugaba croquet la reina de "Alicia en el País de las Maravillas".

Caminaba tres cuadras con dirección a casa de mi hermana, sintiendo mi corazón ligero y aliviado. Atrás habían quedado los ríos contaminados de la Colonia Cuauhtémoc. Polanco era lo elegante, lo sofisticado, lo exclusivo, lo diferente, pero sobre todo, lo residencial.