CUIDAR LA ROSA

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En 1991, Umberto Eco impartió una conferencia en la Biblioteca Nazionale Braidense bajo el sugerente título de "La memoria vegetal". Ahí recordó que las primeras formas de la escritura fueron minerales: frisos de piedra y tablas de arcilla. También el e-book pertenece al orden mineral, pues depende de pantallas de silicio. El papel protagonizó el intervalo en que se escribió en soportes vegetales. La cultura contemporánea proviene de ese tiempo.

Al comienzo de la vida en común los depositarios de los recuerdos colectivos eran los ancianos que hablaban al calor de las hogueras. Con la llegada del libro, ese acervo se confió a las bibliotecas; por ello, en su conferencia del 23 de noviembre de 1991, Eco pudo decir: "Hoy los libros son nuestros ancianos".

¿La nueva memoria de la especie dependerá de aparatos? El irrenunciable gusto de plantear disyuntivas -el mar o la montaña, vino blanco o vino tino, Messi o Cristiano- obliga a comparar el libro en papel con las descargas electrónicas. Se trata de recursos complementarios, pero nos divierte que compitan.

Eco señala que el libro impreso se inventó bien; como el peine o la tijera, no admite mejorías. Al respecto, Martín Caparrós comenta que también la escalera se inventó bien, pero añade que para subir catorce pisos prefiere un elevador. El e-book puede albergar un catálogo infinito sin problemas de espacio. Punto a su favor.

¿Qué se pierde al prescindir del papel? El olor, el contacto táctil y la noción de relieve, esencial para una especie que opera en tercera dimensión. Además, el libro es una cosa, y al usarlo, subrayarlo y conservarlo, lo convertimos en cosa única.

En su libro "No-cosas", el filósofo Byung-Chul Han señala que en la sociedad digital el usuario se aleja de los utensilios en los que antes dejaba huella. Lo decisivo no es el hardware, el soporte físico, sino el inescrutable software: "Un libro electrónico no es una cosa, sino una información (...) No es, aunque dispongamos de él, una posesión, sino un acceso".

Lo más importante del Smartphone o internet no es lo que está ahí, sino lo que puede estar. La lectura digital provoca una adicción que no necesariamente deriva del contenido, sino de un posible hallazgo: el dato más relevante siempre es el próximo. Ante el extravío del celular o en un limbo sin conectividad, sentimos una novedosa angustia: nos falta lo que podría llegar.

El apego del ser humano a las cosas también causa desastres que van de la posesión codiciosa al fetichismo. Para el ávido coleccionista, la acumulación se impone al valor singular de cada pieza.

Durante siglos, el desapego de los bienes materiales fue fundamento de la espiritualidad. Ahora, nuestra experimental época nos enfrenta al reverso de esa situación: el apego a las no-cosas.