SEMBRANDO VIENTOS 

Es un grave problema que el Presidente tenga tanto gusto por hablar y tanto desprecio por la verdad. Al 30 de junio pasado, la empresa Spin, de Luis Estrada, reporta un promedio de 88 afirmaciones inexactas por mañanera, una cifra con la que no compite ni Trump.

Digo que es un grave problema porque los presidentes deben cuidar muy bien lo que dicen. El puesto hace que sus palabras tengan efectos en políticas públicas, en decisiones empresariales, en la voluntad de los ciudadanos, en la imagen del país en el resto del mundo. Por eso la mayoría de los presidentes intenta hablar lo menos posible. Por otra parte, la abundancia de mentiras tiene dos efectos: confunde a quienes no tienen otra fuente de información y genera en ellos expectativas que no se cumplirán; y preocupa a quienes sí la tienen, produciendo en ellos desconfianza.

Aunque nos quejamos mucho de la polarización, imaginando con ella dos grupos que tienen orientación política diferente, hay además dos percepciones antitéticas del mundo: ilusionados frente a desconfiados. Unos esperando el milagro que jamás llegará, los otros anticipando el seguro desastre.

El día de ayer, a pregunta acerca de qué pasaría con la producción de petróleo después del accidente en Ku Alfa, el Presidente afirmó que había ya rescatado a Pemex. Que lo había recibido con una producción de 1.7 millones de barriles diarios (mbd) y habían frenado la caída y ya producían más. Esto no es correcto. En los 12 meses previos a la toma de posesión de López Obrador, Pemex produjo 1.8 mbd; en los últimos 12 meses, 1.6. En junio pasado, el último del que tenemos datos de la CNH, la producción fue de 1.611 mbd. No hay recuperación. Mucho menos es cierto que ahora se produce a un menor costo, es exactamente al revés: para responder a la insistencia del Presidente de incrementar la producción, Pemex ha puesto a operar pozos que no son rentables, ha iniciado producción en otros sin estudios completos y ha dejado de dar el mantenimiento adecuado a sus instalaciones.

Por otra parte, eso de que Pemex fue abandonado es un mantra del nacionalismo revolucionario que no tiene mucha defensa. Por ejemplo, durante el sexenio de Felipe Calderón la inversión promedio anual en Pemex fue de 16 mil 500 millones de dólares. En la de Peña Nieto, de 18 mil millones. En la actual, el promedio es inferior a 11 mil millones por año. No se invertía poco antes, pero sí se invierte menos hoy.

La combinación de austeridad con optimismo es muy dañina. Las cosas no funcionan con la simple voluntad. Quieren que Pemex produzca más, pero invierten menos, y además quieren gastar menos en la operación. El resultado se ve por todos lados: combustóleo en exceso, paros frecuentes en refinerías, accidentes graves. Lo que ha ocurrido en el activo de Ku-Maloob-Zaap es realmente serio. No sabemos cuánto porque Pemex no es un adalid de la transparencia. Las estimaciones de expertos apuntan a una caída de entre 250 y 440 mil barriles diarios, sin tener idea de cuántos días estaremos en esa situación. Esto, además de la muerte de varios trabajadores (casi todos contratistas). Esto que vemos en Pemex es una realidad en toda la administración pública: el desmantelamiento de la capacidad de gestión es brutal. Por un lado, el capital humano se ha venido abajo; por otro, los proveedores no pueden cobrar; finalmente, la infraestructura se deteriora. Revertir los daños de esta administración va a requerir muchos años, y mucho dinero. Siempre es más caro corregir que prevenir.

Los vientos de ilusiones y desconfianza desembocarán, tarde o temprano, en tormentas que pueden destruir al país. No exagero.