NUMERALIA 

Algunos números:

En 2018, Pemex tenía un valor negativo: -1.46 billones de pesos. Al cierre de 2020, ese valor era de -2.44 billones de pesos. En dos años, se perdieron 980 mil millones de pesos en la empresa, que implican 56 millones de pesos perdidos por cada hora, incluso las que usted duerme. Esa pérdida ocurre a pesar de las transferencias que ha realizado el gobierno mexicano hacia la paraestatal, que suman más de 200 mil millones de pesos, a lo que habría que agregar la reducción que se hizo en el cobro de derechos. Es decir: lo que Pemex debería pagar a los mexicanos por el crudo que extrae.

Esa pérdida brutal en valor económico de Pemex ocurre también en CFE. La que fue una empresa de clase mundial es hoy una lástima. En abril, los ingresos de la empresa (que se reportan a Hacienda) están en -17.8 por ciento contra el año anterior. Es la mayor caída registrada desde inicios de los 90.

La caída de ingresos de CFE implica una pérdida para las cuentas públicas de cerca de 50 mil millones de pesos al año, mientras que la de Pemex es seis veces mayor. Esta última es un problema importante, porque Hacienda ha insistido en presupuestar ingresos petroleros de más de 900 mil millones de pesos cada año, y en los últimos dos no ha llegado cerca de eso. El origen es una menor producción de petróleo. Mientras que en los 12 meses previos a noviembre de 2018 se produjeron 1.83 millones de barriles diarios, en los últimos 12 han sido 1.65. Prácticamente se han perdido 100 mil barriles diarios cada año, y todo indica que así seguirá.

Compensar esas pérdidas de ingreso en las finanzas públicas implicaría tener una mayor recaudación. Ahí no estamos tan mal, pero si se compara abril de 2021 con noviembre de 2018, estamos prácticamente en el mismo nivel, en términos reales. Esto ha obligado a cubrir el faltante de las empresas energéticas con la liquidación de fondos y fideicomisos, pero también con deuda. La deuda interna neta se ha incrementado en 1.1 billones desde noviembre de 2018 (casi 17 por ciento, el doble de la inflación), y la externa en casi 27 mil millones de dólares, un incremento de 14 por ciento. No pongo los saldos como proporción del PIB, para no incluir el efecto de la pandemia, que haría esos porcentajes mayores.

Entre 1980 y 2018, el crecimiento de la economía, promedio anual, fue de 2.4 por ciento. De la segunda mitad de 2018 al inicio de la pandemia, fue de -1 por ciento. La inversión, que era 22 por ciento del PIB en 2018, es ahora apenas 18 por ciento. Algo similar ocurre con el empleo formal, que crecía a un ritmo de 3.6 por ciento anual en noviembre de 2018, pero para marzo de 2020 ya estaba en 1.1 por ciento anual. Se esperaba que eso se compensara con un mayor crecimiento del salario promedio, pero éste crecía 5.9 por ciento en noviembre de 2018 y 6 por ciento en abril pasado. No ha caído, y es buena noticia. La única.

Este breve resumen apunta a que la mejor noticia, en los últimos dos años y medio, es que el salario no ha caído. El empleo, el crecimiento, la inversión, los ingresos del gobierno, sí lo han hecho. Por eso ha aumentado la deuda. No hablamos del desplome de las capacidades del Estado, evidentes en el desabasto de medicamentos, las ya cerca de 700 mil muertes en exceso, los accidentes, la degradación de la aviación civil, y la atención cada vez menor a las funciones administrativas.

Pensé que le gustaría tener esta información junta.