CUATRO SEMANAS

Dentro de cuatro semanas tendremos la elección más grande de la historia, y una de las más importantes, si no la más. Decidiremos si continuamos o no en el único periodo democrático en la vida del país. Tal vez alguien crea que hubo algún otro momento de democracia en el pasado, pero es poco probable. De lo que no hay duda es que de 1997 a 2020 las elecciones en México han sido el camino para llegar al poder, federal y local. En esos 23 años, los votos han decidido.

Antes, México no tuvo un Estado estable desde la Independencia hasta el triunfo definitivo de los liberales, que construyeron un país de hombres fuertes. Primero con oaxaqueños (Juárez y Díaz) y después con sonorenses (Obregón y Elías Calles). El régimen de la Revolución fue una creación de Lázaro Cárdenas, y duró desde su consolidación en 1938 hasta la elección de 1997, en que el partido de Estado perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, lo que terminó con el poder absoluto del presidente a través del sistema corporativo.

Tal vez ya no lo recuerdan, pero antes de eso no había en México instrumentos para hacer valer derechos elementales, desde acceso a información hasta expresión, desde libertades básicas hasta la defensa de la propiedad. La transformación no ocurrió de un día a otro, hubo reformas políticas relevantes en 1977, 1990 y 1996; grandes cambios en orientación económica desde 1985; se dejó atrás el aislacionismo con el NAFTA, y se independizaron la Corte en 1994 y el Banco de México en 1995. Todos esos esfuerzos ocurrieron debido al gran fracaso del régimen de la Revolución, que se hizo evidente en los primeros años 80.

De 1997 en adelante, las libertades se fueron ampliando, pero el derrumbe del sistema corporativo dejó espacios de poder que fueron ocupados por líderes sindicales, sociales y gobernadores, con intereses propios. Los abusos de estas personas, sin embargo, han sido interpretados como defectos de la democracia. No es así. Fue parte de un proceso en el que un régimen autoritario se viene abajo, pero fragmentos de él logran mantenerse en algunas partes. Terminar de derruirlos es un proceso lento, en el que a veces hay avances, a veces retrocesos.

Lo que se decidirá dentro de cuatro semanas es si queremos continuar con ese proceso, o preferimos regresar a un sistema autoritario. Ya no el del régimen de la Revolución, aunque algunas de sus metáforas sigan vivas, sino al país de hombres fuertes. Uno solo, ahora. En el fondo, eso es todo lo que se decide, aunque sean casi 20 mil puestos de elección popular, incluyendo 15 gubernaturas y 500 diputaciones federales.

La elección es un referéndum, porque así suelen ser las intermedias, pero también porque así lo ha querido el Presidente, que ha mostrado toda su mano. Ya reveló que no tiene respeto alguno por la Constitución, ni por la división de poderes u órdenes de gobierno, ni empatía frente a la ciudadanía. Tiene una idea muy particular de cómo debería ser México: pobre y aislado. También mostrado que goza de la pleitesía y aborrece la crítica. En la larguísima campaña que ha hecho a través de centenares de mañaneras, ha dejado claro que la verdad no es lo suyo.

Las opciones para el 6 de junio son entonces muy claras: el país de un solo hombre, autoritario y mentiroso, de pobre visión pero gran ambición, o continuar el arduo proceso de construir mejores reglas para la convivencia. Proceso con altibajos, con buenas y malas personas, con aciertos y errores. Pero entre todos, no bajo la férula de un iluminado. Es la decisión que usted deberá tomar.

a
www.tamaulipas.gob.mx/salud