Mito petrolero

"Se hizo en el 38, se rescató a la industria petrolera. Lo vamos a hacer ahora, no tengo la menor duda".

Andrés Manuel López Obrador
 
 
La expropiación petrolera del 18 de marzo de 1938 fue uno de los mitos fundacionales del viejo PRI. El Presidente Lázaro Cárdenas tomó control de las empresas petroleras extranjeras por el rechazo de éstas a aceptar un laudo laboral, pero la acción fue posible, en buena medida, porque el mundo desarrollado estaba preocupado por el inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Cárdenas incluyó en el decreto expropiatorio un artículo transitorio en el que se determinaba que la "Secretaría de Hacienda pagará la indemnización correspondiente a las compañías expropiadas".

Los propagandistas del régimen presentaron siempre la expropiación como un triunfo histórico para México. Difundían imágenes emotivas de cómo el pueblo acudió al Zócalo a ofrecer recursos para ayudar con el pago de la indemnización: las mujeres ricas entregaban joyas; las pobres, gallinas.

El éxito político de la expropiación fue tan notable que, años después, en 1960, Adolfo López Mateos, quien reprimió duramente a los sindicatos independientes, ordenó la estatización de la industria eléctrica; José López Portillo, quien despedazó la economía nacional, buscó reivindicarse en 1982 con la "nacionalización" de una banca que ya era en buena medida nacional.

A pesar de la propaganda gubernamental, no hay razones para pensar que la expropiación de 1938 haya favorecido a los mexicanos. Las indemnizaciones que se pagaron fueron un lastre para la economía durante décadas y la producción bajó.

Si bien en 1921 México logró una producción máxima de 193 millones de barriles, ésta cayó gradualmente con la competencia de nuevos campos en otros países, particularmente Venezuela.

En 1937, antes de la expropiación, la cifra fue de 47 millones de barriles, pero descendió a 35 millones en 1943, a pesar de un fuerte aumento de la demanda internacional por la Segunda Guerra Mundial.

En los años 60, México dejó de exportar petróleo y en 1971 tuvo que importarlo. Sólo el hallazgo y desarrollo del yacimiento de Cantarell en los años 70 permitió aumentar la producción.

Los daños que ha causado a México el monopolio de Pemex han sido enormes. La empresa ha costado mucho en subsidios y corrupción. Durante décadas se dedicó a explotar Cantarell y otros campos de aguas someras, pero se quedó rezagada en aguas profundas y fractura hidráulica para campos de esquistos.

Por otra parte, el Gobierno saqueó a Pemex para satisfacer las necesidades de la hacienda pública, lo cual equivale a utilizar ingresos generados por un recurso natural no renovable para financiar gasto corriente.

Ante la prohibición de la inversión privada, y los limitados recursos de Pemex, México no tuvo inversión suficiente en refinación, petroquímica y gas natural, entre otras actividades.

El sindicato se convirtió en un pesado lastre. En 2014 la empresa llegó a tener 153 mil 889 trabajadores. Si bien logró una reducción importante en el sexenio de Enrique Peña Nieto, en 2019 todavía tenía 125 mil 735 (es.statista.com).

Esto ocurría en una empresa que en 2017 tuvo ventas totales por 117 mil millones de dólares. En comparación, Chevron, firma estadounidense con ventas en 2017 de 129 mil millones de dólares, tenía ese año 51 mil 900 trabajadores (oil&gasiq.com).

No, no hay razones para festejar la expropiación petrolera. Los mexicanos siguen saliendo de nuestro País a trabajar en la industria petrolera privada de Estados Unidos. El monopolio gubernamental en petróleo no fortalece la soberanía, la debilita; no crea prosperidad, sino pobreza.