INVERTIR PARA CRECER

Todo el valor agregado que se produce en un país debe ser consumido por cuatro actores: los hogares, las empresas, el gobierno y 'el resto del mundo'. De manera gruesa, hablamos del consumo de los hogares, la inversión de las empresas, el gasto del gobierno y el saldo en cuenta corriente, que es el resultado neto del intercambio con el resto del planeta.

Estos cuatro grandes renglones son muy diferentes entre países. Algunos tienen un gran consumo, otros una inversión muy elevada, o una presencia notoria del gobierno. No puede decirse, en principio, que uno sea mejor que otro. El consumo está directamente relacionado con el bienestar de los hogares, la inversión con la capacidad productiva futura, el gasto de gobierno con la redistribución al interior de la sociedad, y el saldo en cuenta corriente siempre confunde, porque cuando es positivo significa que estamos haciendo felices a los demás países, no al propio. Sin embargo, para muchas personas esto no suena lógico, porque están acostumbradas a pensar que un superávit es siempre algo bueno. Para que ya no se confunda, piense en el superávit de calorías que produce una panza cada vez más grande. No siempre es bueno, ¿verdad?

Un ejemplo que puede ayudar es lo ocurrido con Japón, Corea y, más recientemente, China. Estos países decidieron invertir mucho más de lo acostumbrado, para con eso tener una capacidad productiva futura mucho mayor. Para hacerlo, tuvieron que deprimir el consumo de la población por un par de generaciones, algo que exige condiciones muy especiales, como la derrota de Japón en la Segunda Guerra, o el autoritarismo de Corea (en su momento) y en China. El exceso de inversión tuvo que convertirse en exceso de exportaciones, y por un rato eso ayudó al resto del mundo a tener un crecimiento adicional. Después, las cosas cambiaron.

Todo esto para explicarle por qué debemos preocuparnos por la inversión en México. Desde 1993, los años en los que la inversión no llega a 20 por ciento del PIB, la economía se contrae. Pueden ocurrir caídas por cuestiones externas, como la Gran Recesión de 2009 o la pandemia de 2020, pero es casi una fatalidad que no se puede crecer con una inversión inferior a 20 por ciento del PIB.

Conviene enfatizar que la inversión de la que hablamos normalmente se refiere a inversión bruta. Una parte de esa inversión sirve para mantenimiento, renovación de equipo, actualización, y ha crecido significativamente. Por ejemplo, mientras un edificio dura 20 o 30 años sin ningún problema, un equipo especializado apenas dura cinco; el software diseñado a la medida puede durar tres, y el que se compra comercialmente apenas dos años. Así, si usted invirtió en su computadora y su software hace cinco años, hoy vale cero. Lo mismo le ocurre a las empresas. Necesitamos 12 por ciento del PIB nada más para mantener funcionando instalaciones, equipos y demás. Así, si la inversión baja de 22 a 20 por ciento, en realidad lo nuevo cayó de 10 a 8 por ciento, una contracción de 20 por ciento.

Una parte de lo que se invierte lo hace el gobierno, pero en México estamos en el nivel más bajo de la historia, apenas 2.6 por ciento del PIB. El resto lo tiene que poner la iniciativa privada. Para superar el 20 por ciento, sería necesario que la inversión privada fuese de 17.4 por ciento del PIB, o más. Eso no ha ocurrido, de forma estable, salvo en un breve periodo: de 2014 a 2018, gracias a las reformas estructurales. Ahora, por su cancelación, legal o virtual, la inversión privada no llega ni a 16 por ciento.

Si pudiéramos repetir lo que ocurrió después de la Gran Recesión, o con las reformas estructurales, la inversión superaría 20 por ciento del PIB para 2023, y con ello recuperaríamos el nivel del PIB de 2018 para 2024. Si no lo logramos, pues…