El amigo americano

Lo que ocurrió el miércoles en Washington D.C. fue un atentado flagrante contra las instituciones republicanas y democráticas de Estados Unidos de América. Correspondía al gobierno mexicano repudiar el golpe y manifestar apoyo firme a las instituciones de aquel país. Dada su circunstancia, de tránsito en los poderes de la Unión, nuestro gobierno y Presidente bien podrían, también, hacer manifiesta su solidaridad con el presidente electo y el nuevo Congreso de esa Unión. Tal cual y ya.

El problema es que no se hizo. Ni el gobierno ni el Presidente han explicado sus razones para abstenerse. Los principios consagrados en nuestra Constitución, relativos a la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, no tienen que ver con lo acaecido el 6 de enero, porque se trató de una intentona de insurrección dirigida a impedir la confirmación de la presidencia de la nación para Joseph Biden a partir de 2021.

Como el conato quiso sustentarse en el uso de la fuerza física, no creo que no pueda decirse que lo que ocurrido ese día fuera un intento, pueril y cerril y lo que se quiera, de golpe de Estado por parte de unos grupos de ciudadanos estadunidenses incitados por el presidente Trump.

Los desarreglos profundos que desde su estructura social dan lugar a este tipo de efluvios, auspiciarán muchas excursiones, periodísticas y académicas, para las que los gringos son muy duchos. Lo que para nosotros implican no parece quedar claro al gobierno y el Presidente de México, porque de ser éste el caso la reacción hubiera sido del todo distinta a la expresada horas después de la intentona. Tarea adicional para Marcelo y su equipo, pero urgente.

Sin duda, en el archivo de las relaciones de México con Estados Unidos y, más aún, de América Latina con ellos, hay mucho almacenado y no resuelto, más bien escondido y puesto bajo la alfombra. Chile, en 1973, sigue siendo no sólo una asignatura histórica pendiente para los gobiernos democráticos estadunidenses, sino un reclamo permanente a sus gobernantes. También lo es para buena parte de quienes entonces gobernaron países latinoamericanos y asistieron a una complicidad ignominiosa con el gobierno de Nixon y su criminal conspiración en contra del legítimo gobierno del presidente Allende. Pero ni eso ni nada de lo que siguió y antecedió a un vergonzoso régimen de “seguridad nacional”, puede ser ápice para una recepción indiferente a lo ocurrido en Washington este 6 de enero.

Lo planteado por Trump y sus cirqueros son palabras mayores, independientemente de que pueda decirse que la magnitud y grosor de sus tropas no daban ni para empezar. Lo que Trump y sus secuaces intentaron fue un simulacro de lo que, según ellos, viene o debe venir, una vez que Biden asuma como presidente y la población empiece a vivir como le gusta o acostumbra.

Una cultura de la interrupción y el desconcierto, del sobresalto, desplegada a todo lo largo del continente, puede ser el núcleo de una estrategia que, emulando a Hitler y Mussolini, cimente en el mediano plazo el descontento y el rencor de millones, dañados de fondo por el cambio global y convertidos en objeto de desprecio o incomprensión para el resto de sobrevivientes o triunfadores de la globalización de fin de siglo. A ellos apela Trump y, con todo y lo paradójico del asunto, apela Morena y ha apelado el Presidente en más de una ocasión.

Sin destinatario con nombre y apellido, parece tratarse de un mensaje arrojado al oceáno, con la seguridad de que será leído y traducido a la acción. Por eso, sin mencionar sus implicaciones conocidas en los negocios y el empleo, cómo fincar una buena relación con los primos del Norte debería ser tema de primer orden; como también debe serlo la cuestión productiva y de las empresa y su integración, que los gobiernos del TLC dejaron al libre albedrío de un mercado en gran medida ficticio, porque en medio de todo estuvieron siempre las multinacionales y anexas.

Pues es con ellas que tenemos que lidiar y acordar, si queremos que esta nueva ronda global sí podamos utilizarla para mejorar nuestros salarios medios y mínimos, para integrarnos “hacia adentro” en sintonía con lo que ya ocurre en la región. Temas éstos y otros que deberían ser objeto de una conversación a detalle con Biden y su equipo.

Pero, por lo visto, el Presidente quiere pleito con el presidente americano que, de debilucho, pasó a ser uno de los más poderosos de la historia reciente de Estados Unidos. Entender y atender la situación que emerge es urgente. Luego, no lamentemos otra oportunidad perdida.