¿HASTA CUÁNDO?

Así hablaba Cicerón, a nombre del Senado, “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”. Estaba convencido de que Catilina planeaba una conspiración contra el Senado y, como primer magistrado, cónsul, estaba decidido a frenarla. Sin embargo, no había logrado convencer a muchos otros, y aunque era el mejor orador de la época, no tenía poder para enfrentar a Catilina. Su discurso, empero, provocó la ira de aquél, lo movió a cometer errores, y al final fue la realidad la que detuvo al conspirador.

Así estamos. El poder está concentrado en los aliados presidenciales: sus siervos en el Senado y Diputados, su amigo el ministro, sus empleados de cuarto nivel. Es sólo la realidad la que podrá detener la destrucción del país, si acaso.

La realidad de una pandemia manejada aviesamente, con un objetivo únicamente político: evitar que la tragedia fuese interpretada por la población como un error del gobierno. Por eso rechazan el cubrebocas, para que la población no se sienta amenazada por ellos; por eso pidieron por meses que no fueran al hospital, para que murieran en su casa y culparan al destino o la Virgen del fallecimiento; por eso la insistencia continua en una inexistente curva que se está aplanando.

Les ha servido. A pesar de los más de cien mil muertos oficiales, y tal vez 300 mil en exceso, la población no alcanza a relacionar la maldad de sus gobernantes con la tragedia familiar. Y siguen calificando bien al gobierno en el tema de salud. Algo parecido hacen en educación, sin imaginar las consecuencias de la cancelación de la reforma, o la incapacidad para enfrentar en estos meses el contagio.

La realidad de una economía destruida, en parte por la pandemia y en parte por decisiones del propio gobierno. Aquí los ciudadanos son más duros, y ya no son tantos los que aprueban al gobierno, pero muchos se sorprenden de que frente a la mayor crisis económica de la historia, la popularidad presidencial no sólo no baje, sino que se recupera. Falta perspectiva. Una crisis que no trae consigo inflación no es percibida realmente por la mayoría de los ciudadanos. Sufren los que perdieron su empleo, su negocio, su ingreso, pero eso tal vez sea 15 por ciento de la población. El resto está viendo los toros desde la barrera, y no es lo mismo.

Recuerde usted que en 2009, con la Gran Recesión, la popularidad de Felipe Calderón tampoco se vio mermada. De hecho, en diciembre de 2008, en el momento equivalente al actual, Calderón era aprobado por 65 por ciento de los mexicanos, frente al 62 por ciento que aprueba a AMLO (datos de oraculus.mx). Todavía crecería la aprobación de Calderón durante todo 2009.

Pero en los meses que vienen, las cosas pueden ser muy diferentes. Primero, el repunte en contagios está siendo realmente grave, y los hospitales ya no tienen espacio en varias ciudades del país. Cada vez hay más personas que sí asocian la tragedia con la incapacidad o maldad presidencial. En la economía, el derrumbe del consumo y la inversión supera por mucho cualquier otro momento registrado, y no hay recuperación. La tercera ola de la crisis, su reflejo en el sistema financiero, es cada vez más probable. ¿Puede usted imaginar el Fobaproa de López Obrador?

Como mar de fondo, la inseguridad continúa, y en muchas regiones parece más bien ingobernabilidad. En ese ámbito, también se califica mal al gobierno.

Lo más complicado, me parece, es la ausencia de esperanza hacia delante. Desde la oposición era fácil prometer; desde el gobierno era posible hacerlo hace dos años. Hoy, después de 24 meses de destrucción, sin un solo resultado positivo a la vista, ¿cómo engañar de nuevo? ¿Hasta cuándo abusará de nuestra paciencia?