La reiteración nos adormece. Todos los días la misma tonada y el mismo eco. Nos volvemos insensibles a las palabras y las razones que repiten una y otra vez lo mismo. ¿Qué sentido tendrá escribir hoy, otra vez, sobre lo que estamos destruyendo? Nos hemos vuelto sordos de tanto oír el mismo zumbido todos los días. Y mucha responsabilidad tenemos los discrepantes. Nos lanzan un señuelo y vamos corriendo tras de él. Lo masticamos unos minutos y vamos de inmediato por el siguiente. Puede ser la mentira del día, la furia de la mañana o el desprecio de siempre. O todos juntos en el licuado que se nos ofrece de desayuno. Pero mal lo hacemos los críticos que no logramos escapar de ese anzuelo que nos arrojan todos los días y que todos los días mordemos. Contribuimos a la restauración del país con dueño cuando lo hacemos a él, el único asunto de conversación. Es posible por eso, que la matraca que empuñamos los críticos sea, finalmente, sonsonete para la insensibilidad.

Y a pesar de eso, hay que hablar, no de lo que dice el difamador que madruga, sino de lo que a México le pasa. Está por consumarse el más duro golpe que se ha dado a la ciencia y a la creatividad en muchas generaciones. Tendremos espacios más débiles de pensamiento; serán más dependientes y más vulnerables al capricho del poder político. La Cámara de Diputados, que había escuchado razones de la comunidad científica y artística y que se había mostrado receptiva a sus causas, votó con sensibilidad del verdugo. Llevó a cabo eficientemente la decapitación que le fue encomendada. ¿Hará lo mismo el Senado? No encuentro ninguna razón para el optimismo. La insensatez administrativa, el golpe a esas comunidades vitales de México tiene una lógica política, ha dicho enfáticamente Mauricio Merino. No se trata de combatir la corrupción: se busca concentrar todo poder en la Presidencia y eso incluye también, el conocimiento y la imaginación.

Siguiendo la pista de la Suprema Corte, el tribunal electoral agasaja al presidente de la República. Esa parece ser la función "pacificadora" que se les encomienda ahora a los jueces. Los partidos que tienen ambición de satélite reciben su venia. El que se plantaba como oposición franca es rechazado. No importaría ese resultado, desde luego, si fuera producto de una evaluación imparcial de las organizaciones que buscan competir por el voto, si fuera aplicación severa y justa de las reglas para conceder registro a quien lo amerita. El tribunal, la menos confiable de las instancias electorales con que contamos, no fue imparcial ni se tomó la molestia de aparentar imparcialidad. Los mismos argumentos que se usaron para denegar registro a México Libre son ignorados en otros casos. Así, los árbitros aportan su grano de arena a la competencia simulada.

El arresto del secretario de la Defensa del sexenio anterior podría embonar en el relato dominante. En efecto, puede ser otra estampa más de la podredumbre del arreglo previo. Sin embargo, la intervención de la justicia norteamericana da un golpe severísimo al aliado predilecto del régimen y a su estrategia política fundamental. En la retórica del presidente López Obrador el pueblo uniformado tiene, precisamente por su carácter popular, una coraza ética que lo convierte en la estructura más confiable del Estado mexicano. No era su idea en noviembre del 18, pero su conversión al militarismo ha sido innegable. El Ejército ha sido para López Obrador el símbolo perfecto de su política: una estructura dedicada a la obediencia. Por eso el Ejército ha de encargarse de la seguridad, de las aduanas, de la infraestructura, de los puertos, de la obra pública, y de todo lo que tenga a bien cederles del Presidente. La corporación de las armas, el más opaco de los órganos estatales, el más jerárquico y más renuente a la deliberación pública, el aliado predilecto del lopezobradorismo ha recibido un golpe que exhibe el absurdo de la apuesta militarista del nuevo régimen.

Los mensajes del poder son claros: postrar a la ciencia, dirigir la creatividad. Falsear la competencia y proscribir las alternativas. El mensaje al poder también lo es: el gran aliado no es un santo popular con uniforme, sino la más opaca de las disciplinas.