Ni borrachos, ni albañiles

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El sábado pasado dos policías de Fuerza Civil decidieron realizar una de sus "revisiones de rutina" a cuatro hombres indígenas, de la comunidad Teenek, que estaban tomando cervezas dentro de una quinta.

Lo que sabemos es que hubo un forcejeo, y después muchos disparos, 13. Dos hombres murieron, y tres más, incluido un policía baleado por su compañero, están hospitalizados.

"Todo empieza por unos borrachos", así comenzó el Secretario estatal de Seguridad Pública, Aldo Fasci, a dar su "su opinión" -como si fuera lo que importa- ante la prensa.

Se dijo muy molesto por lo ocurrido, porque los dos policías -cuyos nombres ni siquiera mencionó- tenían un "expediente intachable". Justificó el exceso de violencia contra los cuatro hombres desarmados con el instinto de supervivencia de los uniformados: "tu cuerpo reacciona".

Comentó que la Fiscalía tendrá que investigar para saber "si se actuó en legítima defensa o en el cumplimiento del deber". De no creerse, pero así lo dijo. Más adelante todavía enfatizó que "homicidio doloso no fue".

Qué desastre tan grande tenemos cuando el Secretario de Seguridad trata con tan poca seriedad la ejecución extrajudicial de dos personas y la grave convalecencia de otras dos. Para él, se trata de "borrachos", para muchos más "de albañiles".

Una vez más estamos ante el homicidio doloso que la sociedad insiste en ocultar, como si todos fuéramos cómplices del par de policías acosadores, que asaltan en total impunidad en las oscuras avenidas de la zona norte de la Ciudad, que extorsionan en La Alameda, pero cuyas víctimas "no existen" y por lo tanto, no hay delito qué perseguir.

¿A quiénes mataron? A unos borrachos. Albañiles. Y con esto se le pone una etiqueta al caso para pasar en automático a la fosa de la impunidad.

Así hubiera pasado si no fuera porque en Nuevo León ya pesa políticamente el 7 por ciento de población indígena, porque existen cada día más organizaciones, y también, porque desde Aquismón, San Luis Potosí, se alzó un grito de indignación.

La sociedad regiomontana lleva siglos confundiendo a la población indígena con borrachos y albañiles. No importa que lo sean o no, basta con creerlo. Basta con evitar que de ahí salgan.

Gregorio y Claudio no eran ni borrachos, ni albañiles. Se dedicaban, como muchos en su familia, al turismo de naturaleza en la zona de la huasteca potosina. Ante la parálisis de su actividad económica, Claudio migró a Monterrey hace dos meses y encontró trabajo en la construcción -¿en dónde más?- y sus sobrinos, hace apenas 15 días, llegaron junto a su tío.

Todo parece indicar que estaban tomando alcohol en su día de descanso, como lo hacemos muchos, en propiedad privada. No hay reporte de que estuvieran en la vía pública, ni haciendo algún desmán. ¿Por qué tuvieron que ser sometidos a una revisión? Fasci ni siquiera se lo preguntó. ¿Usted, lector, lectora?

Las personas indígenas parecen no tener "permiso" para relajarse y pasarla bien, ¿qué tal tomar cerveza y cantar? Mis vecinos lo hacen a cada rato. Sin embargo, el despliegue de policías municipales en La Alameda, cada fin de semana, es una política de hostigamiento diseñada para distinguir ciertos cuerpos como "peligrosos/ilegales" de otros "bien portados/legales".

El movimiento Black Lives Matter demuestra que sociedades supuestamente democráticas mantienen un régimen racista: blancos en el poder, negros a su servicio.

Esta realidad nos ha generado muchas confusiones, la madre de todas: creer que las vidas valen distinto, según los colores de los cuerpos. En México habría que agregar la lengua materna y el origen geográfico como otros distintivos abismales.

Fasci puede opinar que no se trató de un homicidio doloso, pero yo opino exactamente lo contrario. Disparar 13 veces por la espalda tiene una clara intención de asesinar. Estos crímenes no fueron accidentales, ni instintivos, son la más cruel manifestación del racismo que toleramos. ¡Justicia!