Frena se ha consolidado como un nodo importante dentro de las diversas alternativas de oposición a López Obrador. Su objetivo, la renuncia del Presidente, si bien inviable, es un grito de guerra convocante para un importante sector de la sociedad y genera un espacio de desahogo social frente a la impotencia, el miedo o la indignación que provoca en muchos el gobierno de la 4T.

Hay que reconocer constancia en la batalla de este frente opositor, sus marchas han ido cobrando fuerza y escalaron su apuesta de movilización hasta lograr su propósito: llegar al Zócalo de la Ciudad de México, lugar emblemático de las concentraciones políticas en nuestro país con un enorme simbolismo histórico.

Los dirigentes de Frena dicen que no se moverán del lugar donde han instalado su campamento hasta que no renuncie el Presidente, mientras tanto, López Obrador se conduce de forma sarcástica respecto a esta protesta ciudadana y reta a los líderes de la misma, a los que califica como chipocludos, fifís o machuchones, a que vayan a dormir al Zócalo tal y como lo hace la gente a la que movilizan.

La estrategia del Presidente, no tan solo respecto a Frena, sino ante la oposición en general es muy clara: diferenciar con su discurso en dos bandos a los mexicanos: a los conservadores y liberales que se oponen a la transformación del país y que son partidarios de la corrupción, y al pueblo sabio, que, entregado incondicionalmente a su líder, camina hacia la "tierra prometida" a pesar del intento de las élites y de la derecha para impedirlo.

Por eso estigmatiza la protesta de Frena y la sitúa como una batalla de los ricos contra los pobres para continuar con su estrategia de polarización y victimización, misma que le ha dado resultado para seguir manteniendo fidelidad de una amplia base social que aún apoya al Presidente a pesar del mal gobierno que encabeza.

Es cierto que el reclamo de Frena no es compartido por millones de mexicanos situados en una realidad socioeconómica muy distinta a la de quienes conforman este frente, lo cual por cierto no descalifica en lo absoluto el derecho a protestar y a manifestarse. Todo ciudadano, con independencia de su realidad social o económica, tiene derecho a expresar su opinión en la calle, pero pensar que la consigna de que renuncie el Presidente es compartida por la mayoría de los mexicanos es de una ingenuidad absoluta.

Es cierto que el desencanto irá en aumento, abarcando cada vez más a sectores que llegaron a ver en Morena una esperanza de cambio y que hoy se han dado cuenta que el dicho cambio no tiene lugar más que en el discurso, pero hoy por hoy la promoción del rencor social le sigue abonando al Presidente.

Quizá el logro principal de Frena fue exhibir con gran nitidez el verdadero rostro de López Obrador: un priista de la vieja guardia, autoritario y absolutamente contrario a la libertad de expresión y manifestación. Tal autoritarismo ha quedado de manifiesto no solamente con el cierre a los contingentes de Frena que marchaban hacia el Zócalo, sino en los ataques a los agricultores de Chihuahua que buscan defender el agua que requieren para sus cultivos, la permanente crítica del Presidente a los medios de comunicación que no le aplauden, el despido de funcionarios que no se prestan a ser tapaderas de la corrupción que existe en su gobierno y la utilización del aparato de la Unidad de Inteligencia Financiera para perseguir a sus adversarios políticos.

Pero el riesgo de la estrategia de Frena es el desgaste y el desencanto para sus seguidores porque lo que piden jamás sucederá. Se alienta el rechazo a AMLO pero no se presenta ninguna alternativa, y el único camino posible para vencer o acotar a la dictadura que se configura en México pasa por las urnas, presentando una opción y narrativa distinta para construir un cambio de rumbo. Lo demás no conduce a nada, e inclusive abona en favor del Presidente.