La rebelión del privilegio

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Desde que las escuelas fueron cerradas, muchos adultos hemos sido testigos de la instrucción escolar de nuestros hijos e hijas. Es como si estuviéramos ahí, en el salón, pero sin derecho a levantar la mano ni a intervenir.

Gracias a esta experiencia de estar y no estar tenemos la oportunidad de comprender la importancia de lo que venía ocurriendo a kilómetros de distancia en las escuelas.

Al terminar el horario escolar puedo ofrecer cierta información complementaria o, incluso, realizar al alimón investigaciones sobre tema de interés. Me fascina acompañar las preguntas de mi hija de 7 años, aunque, claro, me parta en 100 pedazos para lograr tener experiencias de calidad educativa, con los otros ocho platitos girando a mi alrededor. Ha sido estresante. Frustrante. Retador.

Quisiera que el currículum se volviera mucho más significativo para el tiempo que vivimos. La escuela sigue pareciendo una torre de marfil, alejada, etérea; los niños cuentan decenas; los adolescentes aprender fechas, los jóvenes aprenden fórmulas químicas, lo mismo de siempre, pero alrededor una pandemia, más una crisis económica sin parangón, más un cambio climático, más una crisis de impostura política, más... ocurre como si no ocurriera. Ésta es la educación privilegiada.

En Nuevo León, según la organización Xaber, el 75 por ciento de la población educanda está en un alto riesgo de rezago educativo. De ella, el 16 por ciento no tiene acompañamiento de familiares, ni internet, y el 57 por ciento sí tiene internet, pero habita en hogares donde el nivel de escolaridad y el tiempo de sus cuidadores es bajo. Sus dudas no son atendidas, ni reciben un acompañamiento que empodere.

Aquí en Nuevo León, del millón 60 mil niños, niñas y jóvenes escolarizándose, sólo 260 mil tienen tecnología, acceso a internet y atención de sus cuidadores; el resto, que son 800 mil, están a la deriva.

La gran pregunta es ¿por qué, si se trata de una abrumadora mayoría, no hay una política pública que la atienda con urgencia?

La pandemia está revelando una realidad que ya estaba ahí, pero que, sin embargo, la escuela misma ocultaba. Ahora que cerró, es más claro que "la igualadora de oportunidades" ha venido tropezando con los años hasta perder su sentido original, revolucionario: derechos para todos.

Aprovechando esta situación, la educación privada fue acaparando las pocas oportunidades disponibles demostrando una cruel indiferencia al resto de los destinos.

La pobreza no tiene representación política. La condición de pobreza roba a las personas su voz para representarse a sí mismas para ser escuchadas. Hay excepciones maravillosas, como la de Ceci, la chica que conocimos gracias a EL NORTE, que vive en El Ranchito, en Guadalupe, y que quiere ser científica de grande -lo logrará-, aunque teme no serlo por falta de condiciones para poder continuar la escuela en casa.

Gracias a este reportaje es que la Alcaldesa de aquel municipio respondió. Abrió salones con televisión en los centros comunitarios del municipio para que un puñado de chicos y chicas, entre ellos, Ceci, pudieran estudiar. Sin embargo, esto es dar el tratamiento de excepción a un problema sistémico.

¿Qué podemos hacer? La tecnología o el acceso a internet no harán la gran diferencia cuando el rezago no se estaba combatiendo en la antigua normalidad.

Debemos insistir en el diseño de una política remedial, con educación diferenciada según las necesidades de las personas y de las comunidades, para cuando regresemos a la escuela ésta recupere su rol clave en el desarrollo nacional y local.

Nos dirán que es imposible, que el Estado está quebrado, que no hay recursos para conseguirlo, pero mentirán.

José Vasconcelos nos puso el ejemplo. Su cruzada de alfabetización llamó a todas las personas que supieran leer a convertirse en maestros honorarios de sus compatriotas. En el futuro que anhelo la educación privilegiada rompe con la educación del privilegio.