Aplicaciones y taxis

"Cada cierto tiempo una nueva tecnología,
un viejo problema y una gran idea
se convierten en innovación".

Dean Kamen
 
Siempre que utilizamos un vehículo de transporte por aplicación digital en la Ciudad de México pagamos un impuesto de 1.5 por ciento. El gravamen fue creado en 2016 por el Gobierno de Miguel Ángel Mancera, bajo la presión de grupos de taxistas, con el supuesto propósito de impulsar el transporte público.

La realidad es que el dinero se está utilizando para subsidiar a los taxis, pero es incorrecto utilizar los recursos que genera un servicio exitoso para subsidiar otro que la gente está dejando de utilizar por decisión propia.

El pasado mes de julio se acumulaban 300 millones de pesos en un fideicomiso privado llamado Fondo para el Taxi, la Movilidad y el Peatón. El 19 de agosto el Gobierno capitalino, a través de la Secretaría de Movilidad, la Semovi, anunció que usaría ese dinero para ofrecer créditos para el reemplazo de taxis.

Actualmente circulan en la Ciudad de México unos 30 mil taxis que deberían ser renovados. El Gobierno ofrecerá créditos de 100 mil pesos para cambiar los vehículos actuales por híbridos y 50 mil para autos "altamente eficientes".

El uso de aplicaciones digitales para la contratación de vehículos de transporte privado ha tenido un auge espectacular, no sólo en México, sino en todo el mundo. Las aplicaciones son una forma mucho más eficiente que los taxis tradicionales para contratar estos traslados. El servicio no sólo es más rápido y barato, sino de mejor calidad y más seguro.

Para los trabajadores del volante las aplicaciones han sido también una liberación, porque ya no tienen que pagar grandes cantidades de dinero para comprar placas especiales, ni dependen de los líderes de las asociaciones de taxistas para trabajar. La expansión tan notable de aplicaciones como Uber, Lyft, Cabify y Didi es consecuencia de su superioridad tecnológica y práctica.

Los líderes de los taxistas, sin embargo, han sido siempre personajes poderosos del mundo político mexicano. Hoy su poder está amenazado por la libertad que generan las aplicaciones. Si cualquier persona puede manejar un vehículo de alquiler sin placas especiales y sin la aprobación de un líder, el negocio de las asociaciones desaparecerá.

Por eso estas organizaciones han tratado infructuosamente de prohibir el sistema y por eso lograron sacarle al Gobierno de Mancera ese impuesto especial de 1.5 por ciento que encarece el servicio y no pagan ni los taxis ni otras formas de transporte.

La tecnología modifica constantemente la manera en que vivimos y trabajamos, y rara vez tiene vuelta atrás. La introducción de los vehículos de combustión interna a fines del siglo 19 y principios del 20 condenó a los vehículos de caballos a la desaparición. De nada valieron las protestas de los cocheros que señalaban las supuestas desventajas de los autos. Las aplicaciones hoy han revolucionado el transporte privado; ni la regulación ni los impuestos acabarán con ellas.

Es una mala idea, como política pública, cobrar un impuesto discriminatorio a un servicio eficiente y preferido por el público para subsidiar una competencia menos eficiente que los usuarios están abandonando. Nunca ha sido sensato apostar al pasado; en este campo, como en otros, hay que abrazar el futuro.

Si el impuesto se aplicara a todo el transporte en autos y se usara para impulsar el transporte público, quizá sería aceptable; pero cobrarlo sólo a las aplicaciones para subsidiar a los taxis es no sólo injusto, sino un desperdicio de recursos, porque no se detendrá así el cambio tecnológico.