Policías de nuestros hijos

La semana pasada los victorenses nos escandalizamos, pusimos el grito en el cielo, cuando nos enteramos de que un alumno de una escuela primaria había llevado a su aula una pistola de diavolos para amagar a un profesor.
Al día siguiente, el director del plantel salió a dar una conferencia de prensa en la que minimizó el hecho. Aseguró que no hubo tal amenaza al docente y que, en realidad, el menor había llevado el arma como parte de un reto que hizo con varios compañeros. Casi, casi, nos exigió no ser tan exagerados con el tema.
En lo personal creo que, lo grave del hecho no está en si fue un juego o de si existió o no un conflicto entre el alumno y su profesor. Lo verdaderamente preocupante es el mensaje de fondo que nos deja la conducta del estudiante, porque parece ser un reflejo de las consecuencias que está dejando en ese sector de la sociedad la oleada de violencia sangrienta que nos agobia desde hace 10 años.
Soy un convencido de que quienes están padeciendo con mayor gravedad las consecuencias de inseguridad pública son los niños y jóvenes, porque a muchos de ellos los está llevando a la imitación o repetición de conductas criminales.
A lo mejor ahora lo hacen como un juego o tal vez para intimidar a alguien con quien tienen un conflicto personal, pero el riesgo es de que cuando sean adultos esas acciones las conviertan en una forma de vida.
Es así porque se trata de generaciones que nacieron en un contexto de violencia criminal donde todos los días ven o saben de homicidios, narcobalaceras, secuestros, extorsiones, y toda una gama de delitos cometidos por el crimen organizado.
A ello hay que sumarle que las nuevas camadas de infantes nacieron a la par de las redes sociales, que con mucho se han convertido en el más importante canal de comunicación y difusión del acontecer social, incluyendo entre éste noticias criminales, exhibición de cuerpos mutilados, e incluso intercambio de amenazas entre los grupos delincuenciales.
Son menores que se han formado dentro de una sociedad intimidada por la delincuencia, y que a la vez se ha insensibilizado frente a la muerte y a otras conductas como el secuestro, las balaceras, las extorsiones.
Usted coincidirá conmigo, por ejemplo, en que ya no nos asombra tanto saber que ejecutaron a sutanito o a menganito. A menos que la víctima sea alguien cercano a nuestro entorno familiar o de amistad, nos condolemos, pero cuando no es así lo vemos ya como una noticia común y corriente.
Y esa ausencia de insensibilidad frente al dolor y la muerte, lo padecen con más crudeza los niños y jóvenes.
¿Qué hacemos? La verdad es que no podemos quedarnos a esperar a que los Gobiernos frenen la agobiante inseguridad pública. Tendrán que pasar muchos años, tal vez décadas para que veamos la recuperación de la paz en las ciudades. Como consecuencia, creo que la única solución es de que cada quien , en su entorno familiar, haga lo propio para proteger a nuestros niños y adolescentes.
Si usted tiene hijos, como los tengo yo, lo mejor es que vigilemos con quien tienen amistad. Que estemos muy cerca de ellos para saber a dónde van y qué hacen. Pero sobre todo, orientarlos y advertirles sobre los riesgos que deben evitar en las calles.
Definitivamente creo que es la mejor forma de protegernos. No hay de otra. Tenemos que ser los policías de nuestros hijos.

ASÍ ANDAN LAS COSAS
roger_rogelio@hotmail.com