COMPETITIVIDAD

El año, 2008 o 2009. El foro, el Económico Mundial de Latinoamérica. Todo era esperanza y felicidad para la región latinoamericana. La voz del periodista e intelectual venezolano Moisés Naím le bajó el optimismo a los presentes. “Latinoamérica no es competitiva ni como amenaza geopolítica”, dijo Naím.

Tenía razón. La participación de la región en el valor de la producción global se ha mantenido constante desde los años sesenta. Buena parte de América Latina es dependiente de los ingresos de commodities: petróleo, minería, productos forestales y agropecuarios. Había en la primera década de este siglo dos excepciones: Chile y México. Los chilenos, aunque dependientes del precio del cobre, habían logrado cosas importantes con su estabilidad macroeconómica, educación e innovación. Revolucionaron el comercio de sus agroproductos: vinos, uvas de mesa, salmones, productos forestales.

El otro caso era México. Hasta hace poco tiempo éramos un caso excepcional en la región. Logramos diversificarnos: en los 80 producíamos petróleo y otras tres o cuatro cosas de bajo valor agregado. Hasta hace muy poco tiempo, éramos la joya del mundo emergente en industrias de alto valor agregado, como electrónica, equipos médicos, aeronáutica y automotriz.

Algunas veces creemos que la competitividad es una ecuación de precios. Que el salario bajo es la fuente de nuestra ventaja comparativa. No lo es. De hecho, en la manufactura nuestros salarios ya no son tan bajos, comparados con países que quisieran competir con nosotros. Nuestra apuesta en la manufactura fue hacia la innovación y la calidad, especialmente en las industrias mencionadas. Lo logrado fue muy importante.

La división entre los mexicanos que le achacan a los políticos de hoy viene de antes. Había un México que progresaba, y otro que se estancaba. Había un México que ponía plantas manufactureras y complejos biotecnológicos, que sembraba hortalizas y flores de alto valor agregado y que daba servicios de lujo en restaurantes y hoteles. También había un México que abría misceláneas y estéticas, que vendía cosas robadas en tianguis y que batallaba, todos los días, para educar a sus hijos y que pudieran aspirar a un futuro mejor.